lunes, 15 de febrero de 2016

                                     
                                        DOMINGO  21 FEBRERO 2016

   Os invitamos a participar en el encuentro de jóvenes de este domingo

   Nos reunimos en el salón parroquial el domingo a las 20,00 h.

   El tema que vamos a tratar es :

  ¿ Son los Testigos de Jehová,, Los Mormones y los Masones  una secta ?

   Al finalizar tendremos un cambio de opiniones , donde cada uno de los participantes podrá exponer , dentro de una armonía , sus  opiniones , siempre moderadas por quien presenta el tema

   ! Os animamos a que vengáis !

DAR DE COMER AL HAMBRIENTO


                                           DAR DE COMER AL HAMBRIENTO








Dice el Catecismo que “las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales”  (n.2447). Están bajo el signo del amor, el mandamiento principal, en el que son inseparables el amor a Dios y al prójimo. El Evangelio de san Mateo nos enseña que en el juicio final, al atardecer de la vida, seremos examinados en ese amor.

Amor, fraternidad, solidaridad, caridad, misericordia son palabras que definen las obras de un cristiano sin las cuales la fe es una palabra vacía. Dios es rico en misericordia como una potencia especial del amor, que prevalece incluso sobre el pecado y la infidelidad de los hombres.  La misericordia expresa la bondad gratuita, incondicionada, constante y fiel. No surge como respuesta a una acción previa o a un compromiso adquirido y que obliga, sino que surge de sí misma. La misericordia es el amor en acción, y el amor no necesita justificación.  Es como el amor materno de cuyas entrañas surge un amor particular hacia el hijo por el que se hace todo. Es un amor invencible que está siempre volcado hacia el hijo para alimentarlo, protegerlo, comprenderlo y salvarlo. La misericordia de Dios llena la tierra.

La misericordia, además, no es un equivalente a la justicia, en el sentido de dar a alguien aquello que le corresponde, aquello que se ajusta a su derecho. La misericordia supera a la justicia sobreabundantemente, porque, aunque no se opone a la justicia, está atenta no a lo que se merece sino a lo que se necesita. Por eso, dice la Escritura que la misericordia se ríe de la justicia, porque si sólo recibiéramos o hiciéramos los que en justicia merecemos o nos corresponde, sería demasiado poco. No, la misericordia tiene corazón. Es un amor más fuerte que la muerte y que Cristo manifestó precisamente en la cruz, la obra suprema de misericordia.

La primera de las obras de misericordia es precisamente “dar de comer al hambriento”. El hambre aparece numerosas veces en la Sagrada Escritura. Podríamos decir que la admonición del Evangelio de san Mateo “porque tuve hambre y no me disteis de comer”, expresa un gigantesco remordimiento especialmente en las sociedades opulentas y del bienestar frente a las personas y los grupos sociales que sufren graves carestías en esa misma sociedad opulenta, pero sobre todo frente a los pueblos pobres y empobrecidos de la tierra.

El grito de los pobres hambriento clama al cielo. Junto a los que vivimos sin faltarnos de nada necesario e incluso en la sobreabundancia y el despilfarro, existen otros que incluso mueren físicamente de hambre. Es evidente que la desigualdad económica y material constituye un enorme desafío y una clamorosa denuncia de una sociedad materialista y en buena parte corrupta. El hambre es, ante todo, una enfermedad moral de los saciados en su orgullo.  Es una enorme contradicción de las sociedades que se autodefinen como sociedades de progreso, porque el hambre y la carestía no dependen de la escasez material y menos en un mundo global, sino de un sistema económico irresponsable.  En un mundo globalizado se hace necesaria la globalización de la solidaridad.

La justicia de la que tanto se habla, no se alcanza sólo con palabras ni con ideologías. Es más, en nombre de la justicia la experiencia demuestra cómo se obra con rencor, odio e incluso crueldad; en nombre de la justicia se obra una injusticia mayor; en nombre de la justicia y la igualdad se obra una pobreza y una miseria generalizada. El hambre, la igualdad y la justicia son, ante todo, un problema moral. Y la moral tiene su raíz en el corazón, en el centro de la persona, de sus motivaciones, sentimientos, actitudes y pensamientos.

En este sentido no deja de ser paradójico a la vez que humillante comprobar cómo aquellos que promueven políticas económicas de ajuste de balances, recortes de gastos sociales y búsqueda de equilibrios financieros son, al mismo tiempo, sujetos de corrupción económica inmoderada y desvergonzada, suscitando así la ira cada vez menos contenida de tantas personas que se ven impotentes y se sienten impulsados a buscar salidas populistas y radicales de enorme peligro social, como la historia ha mostrado repetidas  veces.

No deja de ser paradójico que grupos e instituciones que tienen como fin la solidaridad y la lucha en favor de la igualdad y del bienestar de todos los pueblos, recurran a programas de control de demográfico y difunda una cultura y mentalidad anticonceptiva, presionando a los gobiernos y a las sociedades para que acepten una imposición ideológica que violenta las más profundas convicciones y sentimientos de los pobres.


La Iglesia proclama, profesa y defiende la justicia con misericordia, el amor benevolente, gratuito y sobreabundante de Dios como raíz última y “ley primera” que rige o ha de regir el obrar del hombre. Nuestro modelo es Cristo que da de comer al hambriento y, a la vez, da un pan que quien lo come nunca más tendrá hambre. Hace falta el pan, es necesario el pan; pero no sólo de pan vive el hombre. El pan que yo daré es mi carne, es mi vida, soy yo mismo. Por eso, el cristiano que practica la obra de misericordia de dar de comer al hambriento no puede dar sólo pan sin darse a sí mismo. 

Fernando Llenín, ofs