miércoles, 16 de marzo de 2016


                                 CELEBRACIONES SEMANA SANTA   2016


DOMINGO DE RAMOS ( 20 MARZO)

12:00          BENDICIÓN DE LOS RAMOS  (CAPILLA DOMINICAS )
                   PROCESIÓN Y SANTA MISA


MARTES SANTO ( 22 DE MARZO)

11:00 - MISA   CRISMAL  ( CATEDRAL) BENDICIÓN SANTOS ÓLEOS

JUEVES SANTO ( 24  MARZO)

12,00 -  CELEBRACIÓN PENITENCIAL COMUNITARIA
18,30 -  SANTO ROSARIO
19,00 -. MISA DE LA CENA DEL SEÑOR
20,15 - PROCESIÓN DE JESÚS CAUTIVO
23,00 -. HORA SANTA ANTE EL MONUMENTO


VIERNES SANTO (25 MARZO)

12,00 -  CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
18,00 - PROCESIÓN DEL SANTO ENTIERRO
20,00- SANTO ROSARIO
20,30 - SOLEMNE VIA CRUCIS



SÁBADO  SANTO ( 26 MARZO)

10,00 - PROCESIÓN DE LA SOLEDAD
21,00 -SOLEMNE VIGILIA PASCUAL
24,00 - VIGILIA PASCUAL NEOCATECUMENAL


DOMINGO DE RESURRECCIÓN ( 27 MARZO)

Horario normal de Misas
Hora :10,30
Hora :12,30
Hora :13,30,
Hora :19,30


lunes, 7 de marzo de 2016






La peregrinación es una experiencia importante en la vida religiosa. Ya en el antiguo Israel existían las llamadas Fiestas de Peregrinación, porque todos los judíos piadosos que podían acudían en peregrinación para celebrarlas en Jerusalén. En los Evangelios se dice repetidas veces que Jesús, desde su infancia y también durante su vida pública, peregrinaba a Jerusalén con su familia o con sus discípulos.

En la vida de la Iglesia, esta tradición peregrinante continuó de diversas maneras. Sobre todo, constituyó una forma especial de expresar la conversión y la penitencia peregrinando a lugares especialmente santos: Jerusalén, Roma y Santiago. Pero hay muchos otros lugares y santuarios por todo el mundo que conocen esa forma especial de piedad popular.

Ser peregrino es un signo de conversión y de fe; es como una parábola de la vida de un cristiano, porque somos peregrinos en tierra extranjera. Nuestra verdadera patria es el cielo, la tierra prometida que mana leche y miel; la tierra nueva y los cielos nuevos donde habita la justicia; la casa del Padre donde hay muchas estancias.

¡Cuántos santos, como san Francisco de Asís, han sido peregrinos! ¡Cuántos cristianos en nuestros días peregrinan a santuarios y experimentan el gozo de la llegada como un memorial de la vida nueva en Cristo!

Y en esa experiencia de la peregrinación es importante y un gran consuelo recibir la acogida y la hospitalidad de tantas personas buenas que expresan así la misericordia que albergan en su alma. También es una experiencia de gracia soportar con paciencia y perfecta alegría el rechazo de quienes, quizá precisamente por ser peregrinos, no quieren ni aceptan lo que la peregrinación significa.

Jesucristo experimentó en su vida tanto la acogida y la hospitalidad en Betania, en Sicar, en casa de Zaqueo o de Pedro o en el Cenáculo, como el rechazo en Belén, en  Gadara o en una aldea de samaritanos. Por eso, instruyó a sus discípulos sobre la peregrinación, el ministerio itinerante y la posibilidad del rechazo.

La acogida y la hospitalidad han formado siempre parte de la vida espiritual del pueblo Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero en el cristiano esa hospitalidad y acogida no se circunscribe sólo hacia los hermanos de fe, sino que se expande a todos los hombres.


En nuestros días, es explicable la desconfianza por la inseguridad que tantas personas viven. Pero la actitud fundamental de apertura al otro sin discriminaciones es propia de la forma de ser y de vivir cristiano. La Iglesia ha sido siempre un espacio abierto a todos. La Iglesia no es un grupo cerrado sobre sí, sectario o, como dice el papa Francisco, “autoreferencial”.  Las exclusiones, los sectarismos, las banderías, rechazos y discriminaciones han de estar lejos de nosotros. 

¡Cuántas obras de la Iglesia tienen con finalidad precisamente la acogida y la hospitalidad!  No sólo albergues de peregrinos, sino y sobre todo instituciones dedicadas a los transeúntes, personas sin hogar, refugiados, emigrantes, etc., las encontramos por todos los lugares donde la Iglesia está presente.

Hay una acogida física importante, pero también una hospitalidad espiritual propia de un corazón abierto como el corazón de Jesús. Dar posada al peregrino es una obra de misericordia que la tradición monástica nos ha enseñado a vivir, porque quien recibe a alguien en su casa recibe al mismo Cristo. Cristo quiere ser acogido en nuestra casa, en nuestro hogar, pero sobre todo en nuestro corazón: “Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). 




Dejémosle entrar y no hagamos como aquel poeta que daba largas:
“¡Cuántas veces el ángel me decía: 
«Alma, asómate ahora a la ventana, 
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana, 
«Mañana le abriremos», respondía, 
para lo mismo responder mañana!”