LA ÚLTIMA CONVERSACIÓN ENTRE
JESÚS Y LOS JUDÍOS
Jn 10, 27-30
La fiesta judía de la Dedicación celebra la independencia de Israel de
la dominación siria tras la guerra de los macabeos contra Antíoco IV Epífanes
(dios-manifiesto), en el año 164 a.C. Se purificó entonces el templo profanado
por los cultos gentiles. Judas Macabeo derribó el viejo altar contaminado y
edificó uno nuevo con piedras no labradas.
La
fiesta duraba ocho días. Un gran
resplandor de luz bañaba los atrios del templo, y todas las moradas privadas
estaban iluminadas con lámparas decorativas. La noche de Jerusalén quedaba
envuelta en la luz y el fuego de muchas antorchas encendidas. Además de encender las lámparas, se entonaban
canciones de alabanza a Dios, el Libertador de Israel. Dice Flavio Josefo: “creo que se le da este nombre porque en
forma inesperada lució para nosotros la libertad”. (Antigüedades
Judías, libro XII,
cap. VII, sec. 7.)
La
fiesta de la Dedicación celebra la santidad del Templo. La santidad del Templo
venía de la presencia de Dios en él. Por eso se consagraba y se separaba el
altar para Dios. Jesús viene al Templo precisamente esos días para señalar una
presencia más intensa de Dios en el mundo, una presencia que habita en él
mismo, en el nuevo Templo que es su cuerpo. Era el último invierno de su
ministerio. Jesús está en
el Templo, en la “casa de su Padre”. Estaba
paseando por la “columnata de Salomón”,
una hermosa galería al aire libre, en el lado oriental de la gran explanada del
atrio exterior de los gentiles y guarnecida contra el viento por una
muralla. Un lugar donde se reunía mucha
gente para escuchar la enseñanza de la Toráh.
Algunos judíos
vinieron a Él. Son enemigos que hacen corro a su alrededor, acosándolo. Le
presionan para provocarlo a que diga una palabra que sirva de excusa para condenarlo:
“¿Eres tú el Mesías?”
Los que no son “ovejas suyas” no escuchan su voz, no creen y
no entienden (si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón). Aquellos
paganos helenistas no eran “ovejas” de Israel; pero tampoco lo son los judíos
que no “escuchan la voz” del Señor ni siguen sus caminos. No es que Jesús los
rechace y no quiera ser su Pastor, sino que ellos no quieren ser de sus ovejas.
La imagen de las ovejas hace referencia al Pastor. En la Biblia
es una de las imágenes utilizadas para designar al pueblo de Dios y también al
Mesías esperado, “buen Pastor”. Sus ovejas “escuchan su voz”. Para oír a Jesús
hay que ser “de Dios”, “de la verdad”. Este rebaño representa la comunidad
entera de Jesucristo.
Creer en Jesucristo implica
caminar siguiendo sus huellas, actuando como él
y con total confianza en él.
Sus ovejas se las “ha dado el Padre” porque la adhesión a
Jesús es fruto de la atracción divina y de la escucha humana. Dios no
discrimina a nadie y “atrae a todos hacia Cristo”, pero no todos “escuchan su
voz”. Quienes escuchan su voz, quienes creen en él, quienes son sus ovejas, tienen
ya desde ahora la vida eterna y nadie los arrebatará de su mano y se llenarán
de alegría, el gozo del Espíritu de Cristo. La mano es una metáfora del poder
protector de Dios. Dios protege la Iglesia, el rebaño que Jesús guía como su
Pastor.
Entre Cristo y sus “ovejas” hay una relación íntima, un
“conocimiento” personal y afectivo que hace que tengan una misma “vida eterna”
y sean “uno” como El Padre y el Hijo: “Yo y el Padre somos uno”. Hay una
digamos “circularidad” entre la unidad trinitaria del Padre y el Hijo, y la
unión con el Hijo y, por él, con el Padre de los cristianos.
Para
nosotros, el templo de Jerusalén dejó de ser el lugar de la presencia de Dios.
Ahora, el Templo de Dios somos nosotros. Con Jesús llega la plenitud de los
tiempos y Él, junto con nosotros sus discípulos, es el Templo de Dios. Quizá
nos ayuda imaginar a Jesús diciendo a sus discípulos una frase que les llamaría
mucho la atención: "vosotros sois la luz del mundo". La luz que
ilumina a todos los hombres no sale de las estancias interiores del Templo de
Jerusalén, sino de Jesucristo presente y vivo en sus discípulos.
Con demasiada frecuencia,
los cristianos ponemos en peligro la limpieza de este templo, al permitir la idolatría y las prácticas paganas en nuestras
vidas. Nosotros mismos hemos estado por años bajo la misma esclavitud
del maligno, que nos llevo a profanar lo sagrado, aun sin darnos cuenta.