SEÑOR,
¿A QUIÉN IREMOS?
Jn
6, 60-69
Al oír las palabras de
Jesús, muchos de sus discípulos entraron en crisis, confusos en su
fe y dubitativos. Probablemente el evangelio de san Juan refleje una
crisis ocurrida en la comunidad joánica a finales del siglo I, en la
que judíos cristianos reaccionaron frente a la profesión de fe en
Jesucristo Hijo de Dios y en la Eucaristía, abandonando la Iglesia y
volviéndose a la sinagoga. La resistencia a creer totalmente en
Cristo no puede ser superada sin la gracia, “si no se lo concede el
Padre”.
Los “discípulos”
habían admitido que quizás Jesús fuese el Enviado de Dios, el
Mesías que esperaban como libertador de Israel y el que iba a reunir
al Pueblo de Dios para iniciar una nueva era escatológica. Pero
tropezaron con la proclamación inaudita para ellos de ser el
Salvador del mundo y de que en él se realizase la plena comunión
del hombre con Dios.
Por eso, dicen que sus
palabras son “duras” (sklerós). Las han entendido bien, pero
rehusan “escucharlas”; es decir, creer en él. Jesús les muestra
que se han “escandalizado”, que han tropezado en sus palabras
como en una piedra del camino que les hace tambalearse y caer. Les
añade una pregunta que no espera respuesta, sino que es aún más
provocativa para ellos: “¿y si vierais al Hijo del hombre subir
donde estaba antes?” Indica su procedencia de la divinidad. El que
“ha bajado” del cielo, subirá “a donde estaba antes” cuando
haya cumplido su misión.
Para “ver” esto es
necesaria la fe, una gracia del Espíritu Santo, “que hace vivir”.
El Espíritu Santo es Vida, es la fuente de la vida, el que da la
vida. El Espíritu Santo hace nacer de nuevo. Las palabras de Jesús
son Espíritu y son vida. El hombre “carnal” es incapaz de creer
en Cristo porque no tiene en él la vida de Dios, el Espíritu Santo.
Por eso, no puede creer ni comprender, porque juzga según la
apariencia, de una forma material y superficial. Su inteligencia está
ofuscada por su pecado. Y esa ofuscación son tinieblas que equivalen
a una falta de fe y a una cerrazón en sí mismo. Carece de la
apertura que rompe los límites de su propia voluntad, inteligencia y
sentir.
Hay una “clave
espiritual” en las palabras de Jesús que sólo puede descifrar
quien tiene su Espíritu. El Espíritu Santo es apertura y dinamismo
vital. Pero no se impone como una evidencia material, sino que invita
y mueve a creer en libertad. Hay discípulos que no creen. Hay un
punto en el que finalmente quien ha conocido a Jesús tiene que
decidirse a seguirle plenamente y entregarse a él o abandonarlo. El
Señor nos sitúa ante nuestra libertad. Puedes aceptar o resistirte;
puedes seguirle o abandonarle; puedes creer en él o no creer. En
este punto, el evangelio de san Juan muestra sin disimulos que muchos
que comenzaron el discipulado, finalmente lo abandonaron. Si esto
tuvo lugar o no en la vida histórica de Jesús o fue una reacción
posterior de cristianos judíos que terminaron por abandonar la
Iglesia y volver al antiguo judaísmo, es lo de menos. Lo importante
es que siempre y para todos la opción de creer o no es
inexorablemente una decisión libre de cada uno.
Dios “atrae”, Dios
“da” la gracia, pero es el hombre quien ha de abrirse a ese don o
rechazarlo. Ese rechazo fue una amarga experiencia de Jesús, cuyo
culmen fue su condena a morir crucificado y verse abandonado por
todos. Es un rechazo que continua a lo largo de la historia hasta
nuestros días. Muchos se preguntan porqué sucede eso, porqué
Israel ha rechazado a Cristo o porqué la sociedad europea actual
rechaza a Cristo. Como también uno se pregunta porqué uno de los
Doce le traicionó o le traiciona hoy en día. Y la respuesta está
en el uso de la libertad del hombre o en su incapacidad por su pecado
de “ver” y comprender espiritualmente.
Pero hay otros que sí
creen, como Pedro que confiesa su fe en Jesús como “el Santo de
Dios”, como aquel que tiene “las palabras de la vida eterna”.
Es un pequeño grupo: los Doce. La fe de Pedro sucede al rechazo de
muchos. Podríamos decir que la fe de Pedro sucederá incluso a la
momentánea negación de Pedro. Pedro es la cabeza que representa a
la totalidad de los Doce, y eso que entre ellos había un traidor.
La pregunta de Pedro “¿a
quién iríamos?” refleja un proceso interior que ha sido superado.
También ellos tuvieron que pasar su crisis, pero optaron por creer
en él sin vacilar más: tus palabras “son” vida eterna. Pedro
acepta sin reservas. Seguro que no entendía plenamente su
significado ni sus consecuencias, pero confía y se entrega:
“nosotros creemos y sabemos”. Creer y saber expresan que en la fe
la inteligencia no es abstracta, sino cordial, existencial y vital.
Fernando Llenín Inglesias
Fernando Llenín Inglesias