sábado, 5 de septiembre de 2015

Comentario al Evangelio del Domingo 6 de Septiembre del 2015

¡EFFETÁ!
Mc 7, 31-37



Tiro y Sidón se encuentran Líbano. La Decápolis está al este del Mar de Galilea. En lo que coinciden esas regiones es que son todas ellas tierra de gentiles en la periferia de Israel. Zonas en donde posteriormente surgieron comunidades cristianas. Anticipa, pues, la llegada del Evangelio a los gentiles paganos y la misión de la Iglesia a todas las naciones.

De hecho, el sordomudo era un pagano. En el Antiguo Testamento, varias veces se dice que los paganos son como sordos (embotados, torpes) por su insensibilidad hacia la palabra de Dios. Is 35, 5-6 anuncia que “los oídos de los sordos se abrirán” y “cantará la lengua del mudo”. En nuestro caso, es conducido a la presencia de Jesús por otros. No puede ir por sí mismo. Hay entonces un encuentro personal, íntimo, a solas, de Jesús con esa persona. Sólo así puede realizarse verdaderamente el milagro que transformará la vida y la personalidad de ese hombre. Tenemos así una descripción de todos aquellos que en la Iglesia serán conducidos por otros hasta Jesús, para que él les hable y libere. ¡Cuántos evangelizadores, catequistas y misioneros han desarrollado y desarrollan este mismo servicio!

El evangelio nos describe también las acciones de Jesús, que parecen aludir a un exorcismo: metió sus dedos en sus oídos, como abriendo un camino para expulsar al demonio, y escupió. En la antigüedad la saliva, especialmente la de las personas carismáticas, era considerada un remedio terapéutico. Creían que, al brotar de su cuerpo, contenía poderes sobrenaturales, que podían ser benéficos o dañinos. Escupir a alguien tuvo un significado maléfico (a Jesús le escupirán durante su arresto y juicio), mientras que chupar las heridas era considerado curativo. Dado que Jesús aparece como alguien dotado de poder divino, se consideraba que su saliva contenía un poder de curación y un poder destructor de las fuerzas malignas.

Además, Jesús suspiró. No está claro el significado de ese suspiro. San Pablo dice que el Espíritu Santo intercede por nosotros con “suspiros” o gemidos inefables (Rom 8,26). Como Jesús que “eleva los ojos al cielo”, en actitud de súplica al Padre.

“Ephphatha” es palabra aramea, que el evangelista san Marcos conservó en la lengua original por su creencia en el poder de las palabras de Jesús. Los oídos del pagano quedaron abiertos para escuchar la palabra de Dios y su lengua liberada, desatada.

Pasó así a convertirse en una palabra y un gesto de la liturgia bautismal. El hombre recibe la revelación de Dios en Jesucristo que le conducirá al bautismo. De esta forma, queda liberado del Maligno y abierto a la acción de la gracia en él, por el poder de la Palabra de Cristo y los sacramentos.


Todo lo hace bien, nos recuerda la conclusión de la obra de la Creación en el libro del Génesis cuando Dios vio todo lo que había hecho y era todo muy bueno. Y también el discurso de san Pedro después de Pentecostés diciendo que Jesús “pasó haciendo el bien” y curando a los oprimidos por el diablo. Jesús está creando un mundo nuevo por su poder que vence al mal.

En los gestos de Jesús, que la Iglesia ha conservado dentro de la liturgia bautismal, hay un profundo simbolismo. El hombre, cada uno de nosotros, nos encontramos incapacitados para escuchar a Dios y al prójimo. Estamos encerrados en nosotros mismos, sumidos en nuestro pequeño mundo auto-referencial, sin poder salir de nuestras preocupaciones. Incluso cuando somos religiosos y hablamos con el Señor en nuestra oración, no nos ocupamos más que de nosotros, sin abrir nuestros oídos a los que el Señor nos está diciendo a través de su palabra y de tantas personas y acontecimientos que son una llamada potente de Dios. Por eso, tenemos la sensación de estar hablando solos.


Revivir y reavivar la gracia recibida en el bautismo es quizá la llamada más urgente en nuestro tiempo. La Iglesia tiene hoy una misión como la de aquellos que recibieron el Evangelio de san Marcos: llevar de nuevo a los hombres, sordos y mudos para escuchar al Señor, de modo que puedan tener un encuentro liberador, íntimo y personal, con Jesucristo. Eso es lo importante, lo único necesario. Sólo así la Iglesia podrá ser como recreada en una Iglesia viva y fecunda, en esta vieja Europa neopagana que languidece y se va entorpeciendo y debilitando espiritualmente cada vez más. 

Don Fernando Llenin Iglesias 

Evangelio del Domingo 30 de Agosto del 2015



LAS MANOS IMPURAS
Mc 7,1-8.14-15.21-23



Los fariseos fueron un movimiento político-religioso judío que se caracterizaba, entre otras cosas, por realizar una exacta y precisa interpretación de la ley mosaica. Eran de “estricta observancia”. San Pablo, cuando dice que él fue fariseo, se llama a sí mismo “fanático” e “irreprochable” en el cumplimiento de esa ley. Los fariseos eran escrupulosos en el cumplimiento de reglas y normas de pureza, diezmos, observancia del sábado y días santos, matrimonio y divorcio, así como formas propias de oración y de vida comunitaria. Pensaban que sus enseñanzas, aunque no se encontrasen literalmente en el texto bíblico, eran deducibles del mismo.

En Mc 7,1 se narra que “los fariseos y algunos de los escribas procedentes de Jerusalén” se acercaron a Jesús. Jesús y los fariseos coincidían en el deseo de que todo Israel, y no sólo una minoría intelectual y privilegiada o una secta apartada de los demás, cumpliera la voluntad de Dios contenida en la Ley y los Profetas. El debate polémico entre Jesús y los fariseos era más práctico que teórico.

Mc 7, 1-23 es el pasaje evangélico más extenso sobre la disputa de Jesús en relación a las reglas de pureza. Básicamente el texto tiene dos partes: 1-13, referido a las manos impuras y la tradición de los antepasados, y 14-23 sobre la enseñanza de Jesús acerca de qué es lo que verdaderamente hace impuro al hombre, si lo que entra de fuera o lo que sale de dentro.

Los judíos se lavan las manos antes de la oración y oraban antes de comer. Por tanto, debían comer con las manos lavadas. La cuestión era que habían visto a algunos discípulos de Jesús comer con manos impuras o no lavadas. Evidentemente, el responsable de tan impropia conducta sería el mismo Jesús. En su respuesta, Jesús utiliza dos argumentos: les acusa de hipocresía por ser tan observantes en una minucia, mientras se saltan, por ejemplo, un mandamiento tan importante como honrar padre y madre.

Entonces Jesús se dirige a la multitud y no a un grupo selecto y minoritario como los fariseos. A ellos les enseña qué es lo que verdaderamente hace impuro a un hombre: lo que sale de él, lo que brota de su corazón. De ahí surgen las malas acciones, los malos pensamientos y las malas actitudes, que Jesús ejemplifica en lo que se llama un “catálogo de vicios”

La clave de todo está en la consideración del “hombre impuro”. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda hacerlo impuro (alimentos o adherencias); lo que sale del hombre, sólo eso puede hacer impuro al hombre (su “corazón”).

La polémica de Jesús con los fariseos, sin embargo, tiene su centro en torno a la “tradición de los antepasados”. El comer con manos impuras es sólo la ocasión para la discusión. Es una discusión sobre el valor de las “tradiciones”, frente a lo esencial: los mandamientos. Jesús llama a los fariseos “hipócritas”, actores que fingen cumplir la voluntad de Dios, pero, en realidad, están muy lejos de Él.

Una hipocresía que es la expresión de una profunda enfermedad espiritual. El corazón se ha separado de Dios y han vaciado la palabra de Dios sustituyéndola por tradiciones humanas. Pretenden honrar a Dios sólo con los labios, es decir, con la comida.

Jesús desmonta el criterio neurótico sobre la impureza ritual que dice que tocando una cosa o una mano sin lavar pueda hacer impuro a alguien. Hay ciertamente una fácil perversión religiosa que se muestra obsesiva con prácticas ritualistas o moralismos superficiales que desvirtúan la esencial relación del hombre con Dios y con los demás, centrándose en los externo y superficial. Por eso, Jesús llama la atención con una llamada insistente: “¡Escuchadme todo y entended esto!” Nada es impuro en sí mismo. ¡Dejad los escrúpulos! Lo importante es el “corazón”.

La palabra de Jesús resuena como la palabra de los antiguos profetas. El corazón indica el núcleo esencial de la persona, el centro mismo de donde brotan los pensamientos, los sentimientos, las intenciones y las acciones. La impureza está ligada a la injusticia, a la impiedad, a la falta de amor, a las acciones malas y egoístas.

Don Fernando Llenin Iglesias