EL FINAL
Lc 25, 21-18 · 34-36
El Evangelio utiliza a veces un lenguaje
que llamamos apocalíptico. San Lucas transmite el conocido como “discurso
escatológico”. Cielo y tierra señalarán la inminencia del fin. Luego aparecerá
el Hijo del hombre. Entonces la Iglesia alcanzará su liberación. La intención del evangelista no es
aterrorizar, sino alimentar la esperanza de los discípulos en medio de las
dificultades
La “ciencia” antigua distinguía
tres cuerpos celestes el sol, la luna y las estrellas. Los signos del cielo,
por tanto, se producirán de día y de noche. De día, el sol se oscurecerá; de noche,
la luna y las estrellas brillarán más intensamente. Los antiguos consideraban
que las variaciones en los cielos anunciaban acontecimientos importantes.
También en la tierra habrá signos
precursores. Habrá “angustia” e “inquietud”. Los pueblos se sentirán
aterrorizados. El temor llegará al pánico como ante una furiosa tempestad en el
mar. Todo retornará al caos primordial. Los hombres agotados y llenos de miedo
temerán ante lo que les sobreviene. Toda la creación será sacudida por una
suerte de anticreación.
Entonces el Hijo del hombre de la
visión de Daniel 7,13, el Mesías resucitado, aparecerá gloriosamente entre las
nubes del cielo, símbolo de la presencia divina, y restablecerá la justicia y
la paz definitivas. Lo que distinguirá la segunda venida de la primera es el
poder y la gloria. La primera, desde la cuna hasta la cruz, estuvo marcada por
la debilidad y el sufrimiento. La segunda, desde el día de Pascua en que Jesús
entró en su gloria y se sentó a la derecha del Poder, estará marcada por la
majestad.
Hay una diferencia entre los
cristianos y los demás. Mientras el resto de los hombres quedarán horrorizados,
los cristianos recuperarán el valor. Si Jesús, al morir en la cruz, inclinó la
cabeza, ahora los cristianos “levantarán la cabeza”. La liberación es
inminente. La salvación es una liberación y un fin de la persecución, el final
de las iniquidades y opresiones, el restablecimiento de la justicia y el inicio
de la paz verdadera: el cumplimiento del Magnificat y de las Bienaventuranzas. A
la Iglesia sufriente le sucederá una Iglesia jubilosa.
Velad y orad. Para prepararse a
este momento, los cristianos deben permanecer vigilantes y tener cuidado de sí
mismos, manteniendo una actitud digna de Dios y un estilo de vida conforme al
Evangelio, huyendo del embotamiento del corazón como resultado de la
inmoralidad y la vida desordenada. Es una llamada
al discernimiento de los acontecimientos de la vida.
Quienes se entregan a los excesos
de los vicios y pasiones viven prisioneros de lo material y asaltados por los
agobios y preocupaciones. La embriaguez, el sueño y la noche son la cara
visible del pecado. En cambio, la vida moralmente correcta expresa la fe y el
amor.
El corazón puede embotarse
por el libertinaje. San Lucas alude al abuso del alcohol, pero hay más
adicciones. Alude también a las preocupaciones del mundo que podríamos
identificar con el estrés al que nos sometemos por el exceso de trabajo y las
obsesiones. Cuando el corazón se embota perdemos la tensión espiritual y no
podemos reconocer al Señor que viene a nuestro encuentro.
El Evangelio insiste en el
carácter imprevisible del fin. Los culpables quedarán atrapados
inesperadamente, como se sorprende a un ladrón. Los cristianos vigilantes y
orando evitarán la catástrofe final, la última prueba o tentación final. En
esos momentos se requerirá vigor moral para vencer y escapar de la destrucción
definitiva. Los cristianos son “refugiados”: los que se han refugiado en Dios,
los que supieron escapar de las tentaciones, resistir en las pruebas y están
preparados para el encuentro con su Señor.
El discípulo de Jesús espera confiado el regreso de su Señor
y lo hace encontrándose con Él en los signos en los que Él ha perpetuado su
presencia –Palabra, Eucaristía y Pobres-, orando con constancia, llevando una
vida recta y permaneciendo siempre disponible en el servicio para que en el
mundo reinen la fraternidad y la justicia.
D. Fernando LLenín Iglesias - Párroco de San Francisco de Asís