LA
VIUDA
Mc
12, 38-44
Las vestiduras
sacerdotales y regias estaban diseñadas para impresionar por su
belleza. Los saludos en las plazas y en los mercados otorgaban gloria
al que lo recibía, así como los primeros asientos que tenían una
finalidad honorífica. Pero Jesús valora negativamente la
ostentación. Insiste además en lo contradictorio de esa gloria y
ese honor con el aprovecharse de la indefensión de viudas y
huérfanos para “devorar” sus bienes. A la vanagloria se une la
injusticia y la avaricia brutales, como animales salvajes que asaltan
vorazmente el alimento.
Las viudas, los
huérfanos, los extranjeros y los pobres son en toda la Biblia una
especial preocupación de Dios, que por medio de los profetas pide
que se les haga justicia. Abusar de ellos y estafarlos es un pecado
que clama al cielo. Un escriba podía engañar a una viuda actuando
como notario y cobrando abusivamente por sus servicios. Un sacerdote
podía también reclamar diezmos, extorsionando bajo apariencia de
oraciones y derechos sagrados.
Bajo hermosas vestiduras
y vanidosa honorabilidad se enmascara una actitud brutal y una
avaricia despiadada. Por eso, su condena será especialmente dura.
Aunque, naturalmente, Jesús no dice que todos los escribas y
sacerdotes actuaran así, ni siquiera la mayoría. Pero probablemente
en las altas esferas de Jerusalén había una notable corrupción
escandalosa, que finalmente llevó a Jesús a protagonizar el
episodio de la purificación del Templo y a un enfrentamiento mortal
con la familia de los sumos sacerdotes.
Había en el patio de las
mujeres unas cajas para ofrendas en forma de trompetas, destinadas a
las ofrendas voluntarias. A diferencia de los ricos que echaban
limosnas abundantes, una viuda pobre ofreció sólo dos monedas de
poco valor. Pero como esas dos moneditas era todo lo que le quedaba
para vivir, ella da más que nadie porque da toda su vida.
Frente a la avaricia de
escribas y sacerdotes, frente a la ostentación vanidosa de los
ricos, se alza la inmensa generosidad y fe de la viuda pobre. Se
trata de una parábola hecha realidad: el rico ostentoso y la humilde
y generosísima viuda pobre.
Las apariencias engañan.
La caridad y la solidaridad pueden ser sólo aparentes. Lo vemos a
menudo en tantos personajes que aparecen constantemente en los medios
de comunicación haciendo gala de generosidad en toda situación
donde se encuentre un fotógrafo. Los hay que incluso llevan a los
fotógrafos consigo. Es una caridad ostentosa, como los ropajes y los
puestos de honor.
Lo importante no es la
cantidad de dinero o de cosas o de actos que uno da o hace, sino la
intención, la interioridad que motiva. La viuda es encomiable no por
el valor de lo que dio, sino porque dio “todo”. Es más, con este
acto la viuda muestra que “todo” lo pone en manos de Dios, que
todo lo espera de Dios. Ella es una “pobre de Dios”, una humilde
hija de Dios que confía totalmente en la Providencia. No sólo es
pobre económicamente, es “pobre de espíritu” y, por tanto,
bienaventurada.
Esta viuda se parece a
Jesús, que da su vida entera, y a la Virgen María, a la que
llamamos Bienaventurada porque el Señor ha mirado la humildad de su
sierva que se ha ofrecido totalmente a Dios.
Don Fernando Llenín Inglesias
Párroco de San Francisco de Asís Oviedo
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