lunes, 9 de noviembre de 2015

Comentario al Evangelio del Domingo 8 de Noviembre de 2015

LA VIUDA
Mc 12, 38-44




Las vestiduras sacerdotales y regias estaban diseñadas para impresionar por su belleza. Los saludos en las plazas y en los mercados otorgaban gloria al que lo recibía, así como los primeros asientos que tenían una finalidad honorífica. Pero Jesús valora negativamente la ostentación. Insiste además en lo contradictorio de esa gloria y ese honor con el aprovecharse de la indefensión de viudas y huérfanos para “devorar” sus bienes. A la vanagloria se une la injusticia y la avaricia brutales, como animales salvajes que asaltan vorazmente el alimento.

Las viudas, los huérfanos, los extranjeros y los pobres son en toda la Biblia una especial preocupación de Dios, que por medio de los profetas pide que se les haga justicia. Abusar de ellos y estafarlos es un pecado que clama al cielo. Un escriba podía engañar a una viuda actuando como notario y cobrando abusivamente por sus servicios. Un sacerdote podía también reclamar diezmos, extorsionando bajo apariencia de oraciones y derechos sagrados.

Bajo hermosas vestiduras y vanidosa honorabilidad se enmascara una actitud brutal y una avaricia despiadada. Por eso, su condena será especialmente dura. Aunque, naturalmente, Jesús no dice que todos los escribas y sacerdotes actuaran así, ni siquiera la mayoría. Pero probablemente en las altas esferas de Jerusalén había una notable corrupción escandalosa, que finalmente llevó a Jesús a protagonizar el episodio de la purificación del Templo y a un enfrentamiento mortal con la familia de los sumos sacerdotes.

Había en el patio de las mujeres unas cajas para ofrendas en forma de trompetas, destinadas a las ofrendas voluntarias. A diferencia de los ricos que echaban limosnas abundantes, una viuda pobre ofreció sólo dos monedas de poco valor. Pero como esas dos moneditas era todo lo que le quedaba para vivir, ella da más que nadie porque da toda su vida.

Frente a la avaricia de escribas y sacerdotes, frente a la ostentación vanidosa de los ricos, se alza la inmensa generosidad y fe de la viuda pobre. Se trata de una parábola hecha realidad: el rico ostentoso y la humilde y generosísima viuda pobre.

Las apariencias engañan. La caridad y la solidaridad pueden ser sólo aparentes. Lo vemos a menudo en tantos personajes que aparecen constantemente en los medios de comunicación haciendo gala de generosidad en toda situación donde se encuentre un fotógrafo. Los hay que incluso llevan a los fotógrafos consigo. Es una caridad ostentosa, como los ropajes y los puestos de honor.

Lo importante no es la cantidad de dinero o de cosas o de actos que uno da o hace, sino la intención, la interioridad que motiva. La viuda es encomiable no por el valor de lo que dio, sino porque dio “todo”. Es más, con este acto la viuda muestra que “todo” lo pone en manos de Dios, que todo lo espera de Dios. Ella es una “pobre de Dios”, una humilde hija de Dios que confía totalmente en la Providencia. No sólo es pobre económicamente, es “pobre de espíritu” y, por tanto, bienaventurada.


Esta viuda se parece a Jesús, que da su vida entera, y a la Virgen María, a la que llamamos Bienaventurada porque el Señor ha mirado la humildad de su sierva que se ha ofrecido totalmente a Dios.  

Don Fernando Llenín Inglesias
Párroco de San Francisco de Asís Oviedo

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