Mc
10,35-45
El
hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.
Santiago y
Juan muestran una desmedida y equivocada ambición de poder que
indigna a los otros diez discípulos. Sus pretensiones son un intento
de manipulación. Quieren un trato preferente respecto a los demás y
que Jesús haga lo que ellos digan: ocupar los primeros puestos “en
su gloria”. Pero Jesús no se deja manipular y en lugar de
hablarles de “gloria” les habla de amargo sufrimiento, aludiendo
al cáliz de aflicción que ha de beber, el sufrimiento inmerecido
que ha de padecer, la muerte martirial y el bautismo del mal
desbordado con que está próximo a ser bautizado.
Así los
cristianos que participamos en el sacramento de la “copa de
Cristo”, sabemos que ese cáliz expresa nuestras tribulaciones,
semejantes a las que Jesús soportó; como diría san Ignacio de
Loyola, “porque, siguiéndome en la pena, también me siga en la
gloria”.
Irónicamente
Jesús afirma que no es él quien concede el sentarse a su derecha o
izquierda, sino que el Padre lo tiene ya reservado, presagiando la
crucifixión en la que será “entronizado” entre dos bandidos,
“uno a su derecha y otro a su izquierda” .
Los otros
discípulos se indignan contra Santiago y Juan, probablemente porque,
en el fondo, también ellos albergan la misma secreta ambición.
¡Siempre la ambición!
También en
la Iglesia se da eso que el papa Francisco llama “carrierismo”.
Jesús, sin embargo, no se escandaliza de unos discípulos tan
humanos como cualquiera, sino que se apoya en esa misma ambición
mundana para enseñarles algo nuevo e inesperado: “No sea así
entre vosotros”. Para subir, hay que descender; para ser el
primero, hay que ponerse el último; para mandar hay que servir (en
todos los sentidos).
Los jefes de
los hombres los dominan y oprimen: el poder mundano es una forma de
la dominación del pecado. La lógica mundana es muy diferente de la
lógica evangélica, que es paradójica y aparentemente
contradictoria. Pero lo cierto es que la contradicción está en el
mundo: los jefes mundanos dominan, mientras los cristianos sirven.
Los unos son déspotas; los otros diáconos servidores.
Fuera del
cristianismo no hay ese concepto del poder como servicio. Jesús es
el Mesías Hijo del Hombre, Siervo de Dios que ha venido a servir y a
dar su vida como “rescate” o expiación de muchos, como el
Siervo sufriente del que habla el profeta Isaías
Jesús mismo
es el Hijo del Hombre, Siervo de Dios, que entrega su vida como
rescate por muchos. El precio de nuestra libertad es su sangre.
Cristo ha pagado a Satanás un precio por sus esclavos, que somos
nosotros. El Maligno tiene a los hombres sujetos y atados, sometidos
a esclavitud por el pecado. Y lo hace precisamente haciéndoles
dominadores de los demás. Se creen señores, pero de esa manera se
hacen esclavos del demonio, que los domina. ¡Qué misterio!
Fernando Llenín Iglesias
Párroco de San Francisco de Asís
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