lunes, 26 de octubre de 2015

Comentario al Evangelio del Domingo 23 de Octubre del 2015

MAESTRO, HAZ QUE VUELVA A VER.
Mc 10,46-52



La antigua ciudad de Jericó esta situada a 275 metros bajo el nivel del mar, en la depresión más profunda de la tierra. Fue la primera ciudad conquistada por los israelitas cuando entraron en la tierra prometida, guiados por Josué.

Jesús, el nuevo Josué, comienza también su conquista pasando por Jericó en su subida a Jerusalén. En ese momento aparece Bartimeo, que está sentado al borde del camino; un pobre ciego, cuya única posibilidad de salvación, Jesús, pasa a su lado. Probablemente, no volverá a pasar. Es su gran oportunidad. Grita desaforadamente sin hacer caso a los que le reprenden y le instan a que se calle, robándole así su esperanza. La insistencia del ciego es ejemplar, como cuando toda la Iglesia, a lo largo de los siglos, eleva al principio de la liturgia ese grito de Bartimeo: “¡Kyrie eleison!”, Señor, ten piedad. ¡Apiádate de mí! La oración insistente logra la gracia.

Hay en esta escena como una lucha de las dos banderas de los ejercicios de san Ignacio de Loyola: la del rey eternal que avanza en su subida para conquistar Jerusalén y todo el universo mundo, y de otra parte las fuerzas de la ceguera y la opresión demoníaca, que se oponen.

Este ciego ve con más claridad que toda la muchedumbre que rodea a Jesús, y a fuerza de gritar consigue que se detenga y lo llame. Pide un milagro a Jesús: “QUE VUELVA A VER”. No pide simplemente ver, sino “volver a ver”. Es alguien que ha visto anteriormente y ha perdido la visión. Es más trágica su situación que la de los ciegos de nacimiento. Por eso, se aplica también a la situación espiritual de quien pasa por una profunda crisis de fe o se encuentra en una depresión moral.

El encuentro con Jesús y su palabra poderosa hace que el que estaba ciego recobre la gracia que ilumina. Y a partir de ese milagro, “le sigue por el camino”, el camino que conduce a Jerusalén. Ha habido un crecimiento espiritual. Ahora es discípulo de Jesús y le sigue en su camino hacia la cruz. El camino de Jesús convierte la ceguera en luz, la derrota en victoria y la muerte en vida eterna.


Bartimeo somos todos los discípulos de Jesucristo, bautizados e iluminados en él. Dios ha abierto un camino en el desierto del mundo para todos los hombres que buscan, para todas las personas que han perdido la esperanza, para todos los que se encuentran en una situación de la que no ven salida. 

Don Fernando Llenín Iglesias
Párroco de San Francisco de Asís

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