MAESTRO,
HAZ QUE VUELVA A VER.
Mc
10,46-52
La
antigua ciudad de Jericó esta situada a 275 metros bajo el nivel del
mar, en la depresión más profunda de la tierra. Fue la primera
ciudad conquistada por los israelitas cuando entraron en la tierra
prometida, guiados por Josué.
Jesús,
el nuevo Josué, comienza también su conquista pasando por Jericó
en su subida a Jerusalén. En ese momento aparece Bartimeo, que está
sentado al borde del camino; un pobre ciego, cuya única posibilidad
de salvación, Jesús, pasa a su lado. Probablemente, no volverá a
pasar. Es su gran oportunidad. Grita desaforadamente sin hacer caso a
los que le reprenden y le instan a que se calle, robándole así su
esperanza. La insistencia del ciego es ejemplar, como cuando toda la
Iglesia, a lo largo de los siglos, eleva al principio de la liturgia
ese grito de Bartimeo: “¡Kyrie eleison!”, Señor, ten piedad.
¡Apiádate de mí! La oración insistente logra la gracia.
Hay
en esta escena como una lucha de las dos banderas de los ejercicios
de san Ignacio de Loyola: la del rey eternal que avanza en su subida
para conquistar Jerusalén y todo el universo mundo, y de otra parte
las fuerzas de la ceguera y la opresión demoníaca, que se oponen.
Este
ciego ve con más claridad que toda la muchedumbre que rodea a Jesús,
y a fuerza de gritar consigue que se detenga y lo llame. Pide un
milagro a Jesús: “QUE VUELVA A VER”. No pide simplemente ver,
sino “volver a ver”. Es alguien que ha visto anteriormente y ha
perdido la visión. Es más trágica su situación que la de los
ciegos de nacimiento. Por eso, se aplica también a la situación
espiritual de quien pasa por una profunda crisis de fe o se encuentra
en una depresión moral.
El
encuentro con Jesús y su palabra poderosa hace que el que estaba
ciego recobre la gracia que ilumina. Y a partir de ese milagro, “le
sigue por el camino”, el camino que conduce a Jerusalén. Ha habido
un crecimiento espiritual. Ahora es discípulo de Jesús y le sigue
en su camino hacia la cruz. El camino de Jesús convierte la ceguera
en luz, la derrota en victoria y la muerte en vida eterna.
Bartimeo
somos todos los discípulos de Jesucristo, bautizados e iluminados en
él. Dios ha abierto un camino en el desierto del mundo para todos
los hombres que buscan, para todas las personas que han perdido la
esperanza, para todos los que se encuentran en una situación de la
que no ven salida.
Don
Fernando Llenín Iglesias
Párroco
de San Francisco de Asís
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