El Mesías de Dios
Lc 9,18-24
¿Por
qué pregunta Jesús sobre su propia identidad? ¿Quién dice la gente que soy;
quién decís vosotros que soy? La pregunta verdaderamente incisiva es la
dirigida a los discípulos, a nosotros. Porque la esperanza de los discípulos en
el Mesías no se correspondía con la verdad del Mesías Jesús. Había un abismo
entre lo que los discípulos pensaban, creían y esperaban y lo que
verdaderamente era Jesús.
Los
discípulos se habían hecho una imagen del Mesías muy alejada del verdadero
Mesías. El Mesías que ellos esperaban era uno a su medida, según sus
expectativas, sus ideas, su ideología, sus expectativas y hasta sus ambiciones.
Todavía no eran verdaderos discípulos de Jesús.
Jesús
está con ellos, pero ellos no están con Jesús. Y eso Jesús lo sabe. Los conoce
bien y los comprende. ¡Qué difícil va a ser para Jesús enseñarles! Se lo dirá
abiertamente, pero no lo aceptarán ni lo creerán. Para lograr que los
discípulos conozcan íntimamente a Jesús, sean verdaderamente discípulos suyos y
quieran verdaderamente seguirle, será necesario que él les preceda, que vaya
por delante, que sean testigos de sus sufrimientos, del rechazo por parte de
todos, de su muerte y hasta de su cobarde traición, su abandono y su negación.
Pedro
negará tres veces ante una portera lo que hoy confiesa entusiasmado Pedro
necesitará las lágrimas de su conversión para poder confesar la fe verdadera en
el verdadero Mesías Jesús. Pedro, y con él los demás discípulos, confesaron la
fe en Jesucristo, pero esa confesión era tan deficiente como su fe. Quieren
seguirle por el camino del triunfo, por el camino ideológico, por el camino del
poder para cambiar el mundo a su medida e instaurar un reino de justicia
mundana. No le siguen por el vía crucis, por el camino del amor crucificado.
La
cruz es el amor hasta el extremo, el amor infinito de Dios. Pero este
“misterio”, esta presencia oculta de Dios en el mundo del hombre, no puede ser
alcanzado por la pequeñez del corazón del hombre ni la limitación de su inteligencia
o la escasez de sus esperanzas. Por eso, Jesús les prohíbe proclamar su
medianía. No era sólo una cuestión de tiempo. Era, sobre todo, que Jesús no
quería propalar el error de un falso mesianismo demasiado mundano, demasiado a
la medida de aquellos hombres que buscaban la realización de sus esperanzas
terrenas, bajo la forma de una ideología político-religiosa.
En
el fondo, todas las ideologías mesiánicas son “religiosas” y se erigen en
absolutos que se imponen o tratan de imponer a todos. Los autoritarismos
totalitarios son, en realidad, una pseudoreligión y, como sucedáneos que son,
alimentan las pasiones y exaltan los sentimientos. Una catástrofe para los
pueblos y causa de enormes sufrimientos y frustraciones.
El
verdadero seguimiento de Jesucristo, la verdadera religión, consiste en su
imitación: negarse a sí mismo y cargar la cruz. La cruz de cada día es el
camino de la vida verdadera. Renunciar a sí mismo, no buscar el propio interés,
es la forma concreta como seguimos al Señor Jesús en su camino de vida nueva.
No es el amor a sí mismo, el amor propio, sino el amor que viene de Dios y se
entrega al prójimo lo que conduce al Reino de Dios.
Fernando
Llenín Iglesias, ofs.
Párroco
de San Francisco de Asís de Oviedo
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