lunes, 29 de junio de 2015

¡DOCE AÑOS!
Mc 5, 21-43

San Marcos narra unidos dos milagros de Jesús: la curación de una mujer hemorroisa durante doce años y una niña de doce años en estado terminal. Para el judaísmo, las dos son impuras. Una por su desarreglo menstrual y la otra por la muerte. La mujer y el padre de la niña tienen en mente la misma esperanza: la salvación.

La niña era la hija de un Archisinagogo, llamado Jairo, dirigente de la oración en la comunidad judía, que, al parecer, no era contrario a Jesús. Le pide que imponga sus manos sobre ella para que se cure y viva. La imposición de manos es un rito de curación y, por tanto, de salvación. Sólo Dios puede realizar semejante salvación, sólo Él puede salvar y dar la vida.

La muerte es siempre un hecho trágico, pero cuando la muerte llega en la infancia conmociona especialmente. Aunque haya una explicación médica para esa muerte e incluso aunque pudiéramos comprender la muerte de los niños a la luz de la cruz de Cristo, para un padre o una madre es siempre inaceptable. Jairo, como haría cualquier padre, suplica con insistencia y angustiado por la salvación de su hija. Es como una agonía en la que Jairo lucha por la vida de la niña. Jesús accede a la petición de Jairo y va con él

Entre tanto, aparece en escena una mujer que lleva doce años enferma y detiene a Jesús. Las hemorragias de la mujer eran probablemente vaginales y, por consiguiente, según la ley levítica, hacían de ella una mujer permanentemente “impura”, pues la Toráh piensa que la sangre contiene la vida. El Levítico habla de la impureza ritual de las mujeres en su menstruación, tras el parto y aquellas que padecen flujo vaginal. Su contacto podía contaminar a cualquiera, incluyendo a Jesús.

El evangelista dice irónicamente que había sufrido mucho con los médicos de los que no recibió ningún beneficio y sólo consiguió empeorar y arruinarse. Esa mujer había “oído” hablar de Jesús y se acercó a hurtadillas para tocar sólo su manto, creyendo de una forma mágica que el poder de Jesús podía transferirse a sus vestidos. En los Evangelios varias veces mujeres consideradas pecadoras o impuras “tocan” a Jesús con el deseo de ser sanadas o perdonadas. Y Jesús no sólo permite ese “toque”, sino que las despide diciéndoles “tu fe te ha salvado; vete en paz”.

Jesús trata de distinguir quién le había tocado. La mujer ha quedado sobrecogida por la salvación recibida, por la liberación de su tormento físico, psíquico y espiritual. Ella “le confiesa toda la verdad”. Igual que había un “flujo” constante de impureza en la mujer, hay un flujo constante de pureza y salvación / sanación en Jesús. Ella será desde entonces una “hija” de la fe salvadora en Cristo, en quien actúa enérgicamente el poder de Dios.

Los milagros de Jesús están íntimamente unidos a la fe: “tu fe te ha salvado” (lo mismo que a la conversión: “no peques más”). Fe y vida nueva, fe y obras, son indisociables. Los milagros son justamente el signo eficaz de que la gracia actúa real y verdaderamente en la persona; son como un sacramento. Por eso, frecuentemente la salvación y la fe forman parte de las fórmulas bautismales de la Iglesia, sacramento por el que se entra en la paz.

La historia de esta mujer anónima es la historia de muchos cristianos que han experimentado la gracia en su vida personal. Muchos hombres y mujeres anónimos y reticentes a entrar en la “familia” de Cristo, en la comunidad cristiana, han encontrado la valentía y la audacia necesarias para confesar la verdad de la fe.

Mientras Jesús dialoga con la mujer, la hija de Jairo ha muerto. La historia de la niña muerta se parece a la historia de Lázaro muerto. También en esa ocasión Jesús se demora antes de ir a la casa; también entonces dirá que Lázaro duerme; también Lázaro será liberado de los lazos de la muerte y se pondrá a andar.

La liberación de la muerte está en relación con la fe: “no temas, basta que tengas fe”. Frente al alboroto de plañideros, Jesús entra y se pone frente a la muerte con una actitud llena de compasión y de fortaleza. “Talitha koum”, palabras arameas conservadas en el evangelio escrito en griego. Son palabras venerables que provienen de Jesús mismo. Palabras pronunciadas en el ámbito estricto de la intimidad con Jesús, en presencia de sus padres y de los apóstoles, de los tres grandes, Pedro, Santiago y Juan, que acompañan a Jesús en los momentos más transcendentales. Son palabras sacramentales, vivas y eficaces.

“¡Levántate!” es una palabra que evoca la resurrección de Jesucristo a quien Dios Padre levantó de la muerte. Sólo Dios tiene poder sobre la muerte, y ese poder actúa en el mismo Jesús. No sólo en la resurrección final del último día, sino ya desde ahora el contacto con Jesucristo no da una vida nueva y renovada. La muerte y la vuelta a la vida de la niña están íntimamente relacionadas con la muerte y la resurrección del mismo Jesús. En realidad, es como una íntima, misteriosa y profunda unión entre ambos: la niña y Jesús.

La muerte no es el final definitivo, sino un estado de esperanza en la resurrección. La muerte es siempre penúltima. Los plañideros se ríen de Jesús, como se rieron los “intelectuales” ateniense de Pablo cuando les habló de la resurrección. El hombre mundano, el hombre sin fe, en realidad, no ve y no comprende. Su corazón está “entenebrecido” y sólo ve muerte, porque no tiene esperanza.
                                                   D. Fernando LLenín Iglesias
                                                   Parroco , Parroquia San Francisco de Asís


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