martes, 23 de junio de 2015

Comentario del Evangelio del Domingo 21 de Junio

LA TEMPESTAD CALMADA

Mc 4, 35-41

La barca típica de los pescadores de Galilea en tiempo de Jesús era de mediano tamaño y las secciones de proa y de popa solían estar cubiertas. Según nuestra historia, Jesús dormía en un espacio protegido bajo la cubierta de popa, sobre la cual se gobernaba el timón. Junto a la barca donde iba Jesús, el evangelio señala la extraña presencia de “otras barcas”.

En la narración de la tempestad calmada, se nos narra la historia de una apriencia de debilidad de Jesús que aparece cansado, pero que en realidad es el salvador de sus discípulos liberándolos de las fuerzas diabólicas que les amenazan. La narración está centrada en la identidad de Jesús: “¿quién es este?”

Jesús toma la iniciativa de dirigirse a “la otra orilla”, a la Decápolis, al territorio de los gentiles, tierra de paganos, de aquellos que no pertenecen al pueblo santo de Israel. Hay ya en la vida de Jesús una cierta apertura que rompe las barreras cerradas a los extranjeros, a aquellos que no son de los nuestros, que no pertenecen al círculo de una raza, una nación o una religión. El cristianismo es constitutivamente abierto a todos sin distinciones. Como dirá san Pablo, hombres de toda lengua, pueblo, raza y nación; judíos y griegos, esclavos y libres, hombres y mujeres. Hacia todos, absolutamente todos, se dirige Cristo.

Esta historia evoca la historia de Jonás, que fue enviado por Dios a los gentiles ninivitas para llamarles a la conversión y salvarlos. Jonás se negó huyendo en una nave de Tarsis (cerca de la actual Cadiz) para no cumplir la voluntad divina. Pero una tempestad en medio del mar hace que sea devuelto aprisionado en el “gran pez” y superar así su resistencia. En este caso, en cambio, Jesús, al contrario que Jonás, toma el mismo la iniciativa de ir a tierra de gentiles. El grupo que va con Jesús en la barca es un símbolo de la Iglesia. Una Iglesia siempre abierta a todos, donde caben todos. Una Iglesia que no es enemiga de nadie ni rechaza a priori a nadie.

La tormenta y la tempestad que se abate contra la barca amenazando con hundirla evocan la situación de la Iglesia en la que vive san Marcos, viviendo en medio de una gran tribulación, con la tormenta de la guerra interna y la persecución externa de Nerón. Los cristianos de la comunidad de san Marcos debían sentirse como los que iban en aquella barca. La tormenta marina es un símbolo apocalíptico de los terrores del fin de los tiempos. Así también la persecución experimentada por la Iglesia aparece relacionada con su misión hacia todos los hombres, saliendo de sí misma “hacia la otra orilla”.

Jesús increpó al viento, una palabra que suele usarse en el contexto de los exorcismos. Lo mismo ocurre con las palabras que Jesús dirige al mar: “¡Cállate! ¡Enmudece!”, las mismas que Jesús dirige a un espíritu impuro en 1, 25. El mar aparece personificado, recogiendo el lenguaje mítico del antiguo Oriente Próximo. Pero en la Biblia Dios siempre se muestra como aquel cuyo poder omnipotente domina sobre toda la creación. El poder sobre el mar constituye en el Antiguo Testamento una prerrogativa exclusiva de Dios y también al Mesías esperado.
En la literatura antigua abundan los relatos de rescates milagrosos en el mar. Unas veces es un dios el que rescata a los que están en peligro; otras es el poder numinoso de una persona presente en el barco quien obra el milagro. Jesús demuestra que posee el poder soberano sobre el mar que simboliza el poder del mal. Al fin y a la postre la Iglesia ve en las persecuciones la manifestación de la hostilidad de Satanás contra Jesucristo. La Iglesia cree en Jesucristo como aquel que es igual a Dios Padre, de manera que experimenta el rechazo de los judíos que la considera blasfema y el rechazo del poder romano al negarse a venerar al emperador como un ser investido de poder divino.

Jesús pregunta reprochando a los discípulos si todavía no tienen fe, dando así a entender que en el futuro sí tendrán esa confianza y seguridad fundamental en el cuidado providente de Dios, la misma confianza que Jesús mostraba al dormir tranquilamente en medio de la tormenta. Una fe y confianza que llegarán a tener “en” Jesús como el Todopoderoso, capaz de calmar todas las tempestades y persecuciones amenazadoras, pero que todavía no tienen.

Finalmente, los discípulos “temieron con un gran temor”. En la Biblia suelen aparecer dos tipos de temor. Uno es el miedo que tienen a la tormenta, que los hace reprensibles por su cobardía; el otro es la respuesta normal, el sobrecogimiento ante la manifestación de lo divino.

La Iglesia confía en que el poder del infierno no la derrotará. Después de más de 70 años de propaganda y educación atea en los Estados comunistas, la fe cristiana, por así decir, ha resucitado de la postración en la que se encontraba. No, las persecuciones externas no pueden contra la Iglesia, aunque temporalmente parezca que desaparece. Al contrario, de los mártires renace y surge siempre una Iglesia más viva.

Lo que sí puede hundir a la nave de la Iglesia es la corrupción interna, es una iglesia secularizada y mundanizada, que siga los dictados de los poderes de este mundo o de la ideología o de la mentalidad dominante en una determinada sociedad y según la moda de los tiempos. El escándalo de los cristianos corroe por dentro y conduce a la muerte o a una debilidad extrema, haciéndola fácil presa de aquellos que no conocen a Cristo o no conocen la vida de gracia interior. Esa debilidad interior lleva a la apostasía. Sólo que la fe cristiana no será sustituida por un ateísmo colectivo, sino paradójicamente por otra religión que arrase hasta el cimiento.


No hay comentarios:

Publicar un comentario