San Pelayo, mártir
protector de la
castidad.
Pelayo
era de origen gallego, vivió en los días en que Abderramán III, el más grande
de los Omeyas, reinaba en Córdoba. Un tío de Pelayo, Hermogio, obispo de Tui,
tras la derrota en la batalla de Valdejunquera, en el 920, fue apresado junto
con su sobrino. Después de tres años, el obispo fue liberado, pero dejó al
chico como rehén en manos de los moros. Por entonces, el niño no tenía más de
trece En ese lapso, se había transformado en un buen mozo alto y fornido,
siempre de buen humor, inteligente y fervoroso cristiano que no cejaba en
anunciar a cuantos podía el Evangelio de Jesucristo. Las noticias sobre el
jovencito Pelayo llegaron a oídos de Abderramán quien le mandó traer a su
presencia y le propuso obtener su libertad y hermosos caballos para correr por
los campos, así como ropas lujosas, dineros y honores, si renunciaba a su fe y
se hacía musulmán.
El
Emir quiso también corromperlo en su castidad. Pero Pelayo no se dejó tentar y
se mantuvo firme: "Si, oh rey, soy cristiano.
Lo he sido y lo seré por la gracia de Dios. Todas tus riquezas no valen
nada. No pienses que por cosas tan pasajeras voy a renegar de Cristo, que es mi
Señor y tuyo aunque no lo quieras".
De
nada sirvieron las amenazas de Abderramán III quién lo condenó a morir. Los
relatos varían en cuanto a la forma en que fue ejecutado. De acuerdo con unos,
después de haber descoyuntado sus miembros en el potro de hierro, le ataron una
cuerda a la cintura y, desde el puente, lo sumergían y lo izaban en las aguas
del río, hasta que expiró; otros dicen que fue suspendido de las rejas para
recibir el suplicio destinado a los esclavos y criminales, que consistía en ser
descuartizado en vida; los miembros despedazados del niño santo fueron
arrojados al Guadalquivir.
Sus restos
fueron rescatados por los fieles y conservados ocultamente en Córdoba. Más
tarde, para evitar profanaciones, fueron exhumados y llevados primero a León y
luego a Oviedo para ser sepultados, donde yacen bajo el altar mayor de la Iglesia
de las monjas benedictinas, llamadas por eso las “Pelayas”. La historia de san
Pelayo se propagó enseguida y ya en el 962 había despertado el entusiasmo de la
famosa poetisa Hroswitha (Roswita), abadesa de Gandersheim, quien narró los
incidentes del martirio en hexámetros latinos.
Su día en el
santoral es el 26 de junio.
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