lunes, 24 de octubre de 2016


                                                EL FARISEO Y EL PUBLICANO
Lc 18, 9-14


La parábola compara y contrasta dos personajes en el Templo, con dos actitudes corporales diferentes y dos oraciones, larga la del fariseo, breve exclamación la del publicano. Uno se ensalzó a sí mismo ante Dios; el otro, se humilló. El que se humilló salió justificado, enaltecido; el que se ensalzó salió como entró: lleno de orgullo.

La parábola quiere persuadirnos de cambiar nuestras actitudes arrogantes, cuando nos creemos “justos” y despreciamos a los demás al criticar. ¡Cuántas veces nos situamos ante nosotros mismos y, sobre todo, ante los demás, como seguros e impolutos! Y lo hacemos siempre, implícitamente, cuando nos erigimos en jueces de los otros a los que, inmisericordes, condenamos. A las personas tan seguras de sí mismas, tan despreciativas, tan justicieras, Jesús les dirige esta parábola. Hay mucho fariseo y mucho fariseísmo en el mundo actual y aún, muchas veces, en uno mismo.

En la sociedad actual, en la política, en los medios de comunicación, continuamente se da muestra de esta actitud “farisea”. ¡Cuánta dureza, cuánto juicio y cuánta condena destilan las palabras y los comportamientos de aquellos que, poniéndose a sí mismos como “puros” e impolutos, libres de toda corrupción, afirman que ellos no, que no son “como los demás! Ese “ambiente” social y político sólo genera resentimiento, dureza y menosprecio mutuo: “¡Tú más!” Somos “hijos de la ira”, como dijo el poeta Dámaso Alonso, remedando a san Pablo.

El Templo es un lugar público, donde el hombre acude para adorar a Dios y suplicar. El fariseo, de pie, se adora a sí mismo y, en vez de suplicar, juzga y condena al publicano al compararse con él y despreciarlo. El fariseo, cierto, es un hombre honesto, pero se ahoga en un mar de orgullo y, en realidad, de hipocresía: “Te doy gracias porque YO no soy como los demás hombres…, ni tampoco como ese publicano…” Y enumera los vicios de los demás, en contraste con sus muchas virtudes.

El publicano, en cambio, sabe perfectamente que es un pecador, y sabe que todos lo saben. Los publicanos, que manejaban lo que hoy llamamos “el dinero público”, desagradaban a todos y eran objeto de una antipatía generalizada, considerados, con razón, como personas corruptas, ávidos de riquezas e inflexibles. Curiosamente, aparecen muchas veces en el círculo íntimo de Jesús. Son para Jesús el prototipo del pecador, del enfermo moral que tiene necesidad de médico y de la medicina de la misericordia.

El publicano no levanta sus ojos al cielo y golpea su pecho. El publicano, hermano gemelo del hijo pródigo, sólo tiene esperanza en la misericordia de Dios. Suplica: “ten piedad de mí”. Él, contra toda esperanza, vuelve a casa “justificado”, reconciliado, sanado íntimamente. La justicia de Dios no es la justicia vindicativa de los hombres. Dios es justo porque es Misericordia. Esta medicina es la que sana el corazón del hombre, y no las condenas y castigos, ni los desprecios y la exposición a la pública vergüenza.

El arrepentimiento interior del publicano es el comienzo de una vida nueva. Porque Dios no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. ¡Dios nos libre del fariseísmo!

lunes, 3 de octubre de 2016

AVISOS PARROQUIALES

                 

                                            AVISOS PARROQUIALES


                              FESTIVIDAD ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA



                 El Viernes 7 de Octubre a las 19.30 h en el templo parroquial se celebrará Misa

                  en honor de la Virgen del Rosario





BEATIFICACIÓN DE LOS MÁRTIRES DE NEMBRA

Los cuatro 'mártires de Nembra' serán beatificados en Oviedo el 8 de octubre en la catedral a las 11,00 h de la mañana




  • Según informó el Arzobispado, la celebración estará presidida por el cardenal prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal Angelo Amato

                                INICIO  CATEQUESIS

El próximo Domingo se iniciará la catequesis
Catequesis de Infancia ( incluyendo Poscomunión) 12,10 en el portón ( negro) de las Dominicas
Catequesis de PreConfirmación y Confirmación en los salones parroquiales


                           REANUDACIÓN VELA AL SANTÍSIMO

A partir del día 10 de Octubre se reanuda la vela al Santísimo

Su horario será durante el tiempo que el templo permanezca abierto


jueves, 29 de septiembre de 2016




                                                      CATEQUESIS INFANCIA







El Domingo 9 de Octubre iniciamos la catequésis

A todos los niños / as de

1º Infancia

2º Infancia

3º Infancia

Poscomunión

Os esperamos a las 12,10 h en la entrada ( portón negro )

del colegio de las Dominicas

! Os esperamos !

 
                     

                                   
                                               FESTIVIDAD SAN FRANCISCO DE ASÍS


                                                                 4 OCTUBRE 2016



El 4 de Octubre festividad de San Francisco de Asís, patrono de la Parroquia,

celebraremos en el templo de la misma  a las 19.30 h. 

. Procesión

. Eucaristía

Posteriormente  en el patio del colegio de las Dominicas tendremos un

. Ágape


Estáis invitados a esta celebración todos los fieles


! Contamos con Vosotros !


miércoles, 28 de septiembre de 2016

EL RICO EPULÓN Y EL POBRE LÁZARO
Lc 16, 19-31



Una bella y triste historia ejemplar imaginaria, que invita a la conversión. El evangelista subraya fuertemente el contraste entre ricos y pobres y su destino final respectivo. Resuena el eco del Magníficat (a los hambrientos colma de bienes, a los ricos despide vacíos) y de las Bienaventuranzas (bienaventurados los pobres… Ay de los ricos).

El rico epulón y el pobre Lázaro parece como que nunca se encuentran cara a cara. El rico no tiene nombre, en contraste con el pobre, llamado Lázaro, que significa “Dios ayuda”, “sentado a su puerta”, y al que ni siquiera ve. Pero ambos inevitablemente comparten la misma suerte final: la muerte. Entonces su situación se invierte. El rico se convierte en mendigo y pide un alivio a las llamas y a la sed. Pide que Lázaro haga con él lo que él no hizo en vida.

La parábola, sin embargo, no tiene como objetivo hablarnos de los muertos, sino de los vivos: estamos aún a tiempo de convertirnos. Después de la muerte, es imposible ya cambiar nada. Su realidad personal está definitivamente hecha. El Evangelio nos invita a los oyentes a aprender la lección y a modificar nuestra conducta.

El rico epulón es un “paradigma”  de la opulencia ciega para Dios y para los pobres, y sordo a su Palabra. A la dureza del corazón le corresponde la sordera hacia la palabra de Dios. Ciegos y sordos en un mundo opulento e indiferente a Dios y al prójimo. ¿Cómo se salvará esta sociedad y esta generación?

La parábola nos sitúa frente a la estulticia oculta en la forma de vida de los ricos que conduce a un fracaso total y radical. El ateísmo práctico que, en realidad, sólo cree en la materialidad de esta vida y en la facticidad del presente, carente de toda ética y moral fraterna, caritativa y solidaria, conduce inexorablemente al fracaso total.

La sociedad opulenta, rica, atea, indiferente al sufrimiento de los pobres, es inhumana y, en realidad, degradante. Se corrompe a sí misma y fracasa inevitablemente. En el fondo, todos lo perciben y, por eso, se autojustifican con falsas “caridades” o  falsas “causas solidarias”, que no logran ocultar ni modificar el egoísmo materialista que la degrada.

La sociedad occidental vive en gran medida en el materialismo, el ateísmo y el laicismo, ciego y sordo para Dios y el prójimo. En los años de abundancia económica muchos se lanzaron al despilfarro y a “la orgía de los disolutos”. Nadie, dijeron, vio venir la “crisis”. Pero estaba claro: los pobres se alzarán y juzgarán esta generación. Llamaron a sus puertas, vinieron de todas partes y esta sociedad materialista y opulenta está colapsando.

El materialismo ateo y laicista es intrínsecamente débil. Son ya muchos los que se dan cuenta del escándalo de la profunda perversión y corrupción ética y social que anega nuestra sociedad. Por eso, proponen una regeneración radical y urgente. Pero es muy difícil, porque sólo tiene la propia voluntad y el hombre está dañado por el pecado original y la concupiscencia, el amor propio. Es muy difícil convencer o “convertir” a nadie sólo con voluntarismo o con ideas altruistas, sin una profunda regeneración espiritual que transforme el “corazón” de las personas. “No creerán ni aunque resucite un muerto”.


miércoles, 17 de agosto de 2016

´
EN MEMORIA CRÍTICA DE GUSTAVO BUENO



Después de haber leído estos días numerosos artículos laudatorios y llenos de reconocimiento y admiración hacia Gustavo Bueno por parte de sus discípulos y amigos, yo quiero en estas líneas, necesariamente breves, escribir sobre él o, mejor, sobre su filosofía, pero no una loa, sino un crítica. Una crítica respetuosa, pero discrepante. Yo no soy discípulo de Bueno; fui alumno. Le admiré y le sufrí; me provocó y me enseñó. Pero no me convenció.

Para sus discípulos, el Materialismo Académico de Gustavo Bueno es la más potente filosofía crítica que incluye, representa y supera toda posición filosófica hasta el presente. Resultando así el Materialismo filosófico académico de Gustavo Bueno una suerte de nuevo corpus dogmático desde el que declarar o no la ortodoxia filosófica. Casi rayan en el entusiasmo y la veneración religiosa, repitiendo las tesis del “maestro” al que han conocido en estos últimos años y les ha abierto los ojos. ¡Por fin, han visto la luz!

Cuando en el curso 1972/73 me matriculé en primero de Filosofia y Letras, las lecciones de Bueno giraban precisamente en torno a la muerte de la filosofía, el neopositivismo y el círculo de Viena, Wittgenstein, la lógica matemática, el marxismo y un lenguaje que, a mis 17 años, me parecía, a la vez, fascinante y difícil. Bueno no hacía concesiones; no era precisamente un profesor a quien se podía seguir sin aguzar la atención. Entraba en clase con su especie de uniforme, un traje gris y un polo en lugar de camisa y corbata. Como mucho, llevaba en el bolsillo una “ficha” de cartulina, se subía a la tarima y comenzaba a hablar con pasión, hilando un discurso que era como un torrente de palabras para mí todas nuevas.

Sobre todo, me sorprendía su constante y furibunda crítica a la metafísica, término que utilizaba cuando quería “triturar” al adversario. Bueno entiende por Metafísica lo que carece de sentido, tildándolo de monista, espiritualista, irracional, ilusorio y falso. Ni siquiera es conocimiento, es irreal.

Para él, pensar es pensar contra alguien. Especialmente, a este propósito, estaba permanentemente presente en sus lecciones la cuestión de Dios y la Religión. Parecía una obsesión. No había clase ni tema en que, sin saber cómo, no apareciese el tema de Dios. Yo creo que nunca hasta entonces había oído hablar tanto de Dios. Ni en las clases de religión.

Hablemos, pues, del Dios de G. Bueno. Por supuesto, un Dios al que se oponía con todas sus fuerzas. Un día (seguramente un día en que se excedió en demasía) retó a los alumnos que estábamos en el aula a subir a la tarima y demostrar frente a él la existencia de Dios. Naturalmente, nadie se movió, pero yo, que nunca me he dejado avasallar, salí indignado de aquella clase. Bueno provocaba en mí una suerte de contradicción: me atraía su difícil exposición, me retaba y me provocaba a buscar una crítica a su crítica.

Al curso siguiente, ingresé en el Seminario de Oviedo y en él busqué también respuestas a los interrogantes que Bueno me suscitaba, provocando, a mi vez, la incomprensión de algunos profesores. Recuerdo uno que, seguramente molesto por las continuas preguntas y objeciones que yo le ponía en clase, con muy poca psicología por su parte, llegó a invitarme a abandonar el Seminario acusándome, para mi estupor, de ser un “infiltrado de Bueno”.

Para él, toda filosofía verdadera ha de ser entendida como materialista, incluso aquellas que puedan originalmente no ser consideradas como tales. Por ejemplo, decía que el desarrollo del pensamiento cristiano constituye uno de los tramos más ricos e interesantes de la historia del materialismo, porque está ligado a la corporeidad. Los dogmas de la Creación, la divina providencia y, sobre todo, el dogma de la Encarnación suponen la elevación del estatuto del cuerpo. Por tanto, el cristianismo, mal que le pese, ha realizado históricamente una labor de educador de la conciencia materialista, al predicar el respeto al mundo corpóreo, como obra de Dios, y excomulgar a quienes, por desprecio, se abstienen de boda, carne o vino.

En sus “Ensayos materialistas” elabora su ontología crítica y dialéctica. Pero aborrece de todo lo que él llamaba el “materialismo grosero”, porque su filosofía materialista académica aspiraba a ser una “Geometría de las Ideas”. En este sentido, citaba muchas veces el caso de nuestro premio nobel, Severo Ochoa, quien en cierta ocasión afirmó: “todo es química”. Semejante simpleza le dejó a él, como a mí, estupefacto (pero no es infrecuente entre científicos muy reconocidos en sus especialidades cuando se meten a filosofar).

La Idea de Materia es indeterminada, infinita, inconmensurable, plural, que se hace y se deshace en constante fluir. ¡Dios me libre de pensar que la Idea de Materia Transcendental es un sustituto terciogenérico de la realidad divina! Porque la idea de Dios es –dice- el descubrimiento de nuestro siglo, como “depósito de las esencias” y se corresponde con el tercer Género de materialidad (M3). Dios es la resultante de sustantivar el pensamiento o la infinitud, trasladándolo al mundo de los “transfísico”, de lo que está “más allá del horizonte de las focas”. Es la autoproyección de la conciencia gnóstica espiritualista, frente a la que se yergue la conciencia materialista.

Sin embargo, la religión es asunto propio de la Antropología. ¿Es un hecho la religación? Bueno dice que sí, pero la interpreta en clave materialista y antimetafísica. La religión es verdadera como categoría antropológica. En la antropología materialista, el hombre es un “esfera”, un “espacio antropológico”.

Es aquí justamente, donde surge la Religión: las relaciones con las divinidades o “númenes”. Se trata de las relaciones que el hombre tiene con determinados animales. Los hombres desde su origen evolutivo se han relacionado con animales con los que han mantenido sentimientos de temor, adulación o amistad. Esta es la tesis fundamental de la filosofía materialista de la Religión de Bueno: los hombres no han hecho a Dios a imagen y semejanza del hombre, como decía Feuerbach, sino a imagen y semejanza de los animales.

EN MEMORIA CRÍTICA DE GUSTAVO BUENO


Después de haber leído estos días numerosos artículos laudatorios y llenos de reconocimiento y admiración hacia Gustavo Bueno por parte de sus discípulos y amigos, yo quiero en estas líneas, necesariamente breves, escribir sobre él o, mejor, sobre su filosofía, pero no una loa, sino un crítica. Una crítica respetuosa, pero discrepante. Yo no soy discípulo de Bueno; fui alumno. Le admiré y le sufrí; me provocó y me enseñó. Pero no me convenció.

Para sus discípulos, el Materialismo Académico de Gustavo Bueno es la más potente filosofía crítica que incluye, representa y supera toda posición filosófica hasta el presente. Resultando así el Materialismo filosófico académico de Gustavo Bueno una suerte de nuevo corpus dogmático desde el que declarar o no la ortodoxia filosófica. Casi rayan en el entusiasmo y la veneración religiosa, repitiendo las tesis del “maestro” al que han conocido en estos últimos años y les ha abierto los ojos. ¡Por fin, han visto la luz!

Cuando en el curso 1972/73 me matriculé en primero de Filosofia y Letras, las lecciones de Bueno giraban precisamente en torno a la muerte de la filosofía, el neopositivismo y el círculo de Viena, Wittgenstein, la lógica matemática, el marxismo y un lenguaje que, a mis 17 años, me parecía, a la vez, fascinante y difícil. Bueno no hacía concesiones; no era precisamente un profesor a quien se podía seguir sin aguzar la atención. Entraba en clase con su especie de uniforme, un traje gris y un polo en lugar de camisa y corbata. Como mucho, llevaba en el bolsillo una “ficha” de cartulina, se subía a la tarima y comenzaba a hablar con pasión, hilando un discurso que era como un torrente de palabras para mí todas nuevas.

Sobre todo, me sorprendía su constante y furibunda crítica a la metafísica, término que utilizaba cuando quería “triturar” al adversario. Bueno entiende por Metafísica lo que carece de sentido, tildándolo de monista, espiritualista, irracional, ilusorio y falso. Ni siquiera es conocimiento, es irreal.

Para él, pensar es pensar contra alguien. Especialmente, a este propósito, estaba permanentemente presente en sus lecciones la cuestión de Dios y la Religión. Parecía una obsesión. No había clase ni tema en que, sin saber cómo, no apareciese el tema de Dios. Yo creo que nunca hasta entonces había oído hablar tanto de Dios. Ni en las clases de religión.

Hablemos, pues, del Dios de G. Bueno. Por supuesto, un Dios al que se oponía con todas sus fuerzas. Un día (seguramente un día en que se excedió en demasía) retó a los alumnos que estábamos en el aula a subir a la tarima y demostrar frente a él la existencia de Dios. Naturalmente, nadie se movió, pero yo, que nunca me he dejado avasallar, salí indignado de aquella clase. Bueno provocaba en mí una suerte de contradicción: me atraía su difícil exposición, me retaba y me provocaba a buscar una crítica a su crítica.

Al curso siguiente, ingresé en el Seminario de Oviedo y en él busqué también respuestas a los interrogantes que Bueno me suscitaba, provocando, a mi vez, la incomprensión de algunos profesores. Recuerdo uno que, seguramente molesto por las continuas preguntas y objeciones que yo le ponía en clase, con muy poca psicología por su parte, llegó a invitarme a abandonar el Seminario acusándome, para mi estupor, de ser un “infiltrado de Bueno”.

Para él, toda filosofía verdadera ha de ser entendida como materialista, incluso aquellas que puedan originalmente no ser consideradas como tales. Por ejemplo, decía que el desarrollo del pensamiento cristiano constituye uno de los tramos más ricos e interesantes de la historia del materialismo, porque está ligado a la corporeidad. Los dogmas de la Creación, la divina providencia y, sobre todo, el dogma de la Encarnación suponen la elevación del estatuto del cuerpo. Por tanto, el cristianismo, mal que le pese, ha realizado históricamente una labor de educador de la conciencia materialista, al predicar el respeto al mundo corpóreo, como obra de Dios, y excomulgar a quienes, por desprecio, se abstienen de boda, carne o vino.

En sus “Ensayos materialistas” elabora su ontología crítica y dialéctica. Pero aborrece de todo lo que él llamaba el “materialismo grosero”, porque su filosofía materialista académica aspiraba a ser una “Geometría de las Ideas”. En este sentido, citaba muchas veces el caso de nuestro premio nobel, Severo Ochoa, quien en cierta ocasión afirmó: “todo es química”. Semejante simpleza le dejó a él, como a mí, estupefacto (pero no es infrecuente entre científicos muy reconocidos en sus especialidades cuando se meten a filosofar).

La Idea de Materia es indeterminada, infinita, inconmensurable, plural, que se hace y se deshace en constante fluir. ¡Dios me libre de pensar que la Idea de Materia Transcendental es un sustituto terciogenérico de la realidad divina! Porque la idea de Dios es –dice- el descubrimiento de nuestro siglo, como “depósito de las esencias” y se corresponde con el tercer Género de materialidad (M3). Dios es la resultante de sustantivar el pensamiento o la infinitud, trasladándolo al mundo de los “transfísico”, de lo que está “más allá del horizonte de las focas”. Es la autoproyección de la conciencia gnóstica espiritualista, frente a la que se yergue la conciencia materialista.

Sin embargo, la religión es asunto propio de la Antropología. ¿Es un hecho la religación? Bueno dice que sí, pero la interpreta en clave materialista y antimetafísica. La religión es verdadera como categoría antropológica. En la antropología materialista, el hombre es un “esfera”, un “espacio antropológico”.

Es aquí justamente, donde surge la Religión: las relaciones con las divinidades o “númenes”. Se trata de las relaciones que el hombre tiene con determinados animales. Los hombres desde su origen evolutivo se han relacionado con animales con los que han mantenido sentimientos de temor, adulación o amistad. Esta es la tesis fundamental de la filosofía materialista de la Religión de Bueno: los hombres no han hecho a Dios a imagen y semejanza del hombre, como decía Feuerbach, sino a imagen y semejanza de los animales.

La religión brota –dice- de la animalidad constitutiva del hombre, de la “religación” del hombre a los animales. No a todos. No todos los animales son divinos, sino sólo algunos como, por ejemplo, el reno, el oso o el gato, que siempre fue divino. La Teología es así, en realidad, Etología. Por eso, dice, el ateísmo no procede de la impiedad moderna, sino des desprecio por los animales.

Para concluir diré que la filosofía de Gustavo Bueno se nos muestra curiosamente como una filosofía platónica que construye la realidad por medio de una “geometría de la Ideas” y, por tanto, como un epígono del Idealismo tan denostado por él. Todo lo real es material; la Idea de Materia es la clave interpretativa de toda posible realidad y el criterio último y absoluto de la verdad.

Su filosofía es una abstracción, un constructo geométrico, un idealismo invertido. Decir que todo lo real es material y fuera de la materia no hay nada, es un postulado, un supuesto absoluto, una opción tomada como principio dogmático desde el que se anatematiza al otro, al “adversario”, aun a costa de la verdad. Porque tergiversa los sistemas filosóficos utilizando lo que yo llamo el “método maniqueo”, que introduce elementos aparentemente inocuos para poder así caricaturizar y ridiculizar al adversario.

Es curiosísimo comprobar como en los Ensayos materialista Bueno ejemplifica y reduce toda la filosofía que combate a Berkeley y Malebranche, presentándolos como los representantes prístinos de un delirante sistema idealista metafísico cristiano. Esa manipulación artificial me produjo siempre una especial irritación intelectual.

Hay modos de hacer filosofía, ya ensayados en la larga historia de la filosofía, que, situándose combativamente contra el otro como adversario a triturar, no alcanzan su objetivo, porque combaten contra sí mismos y culminan en un melancólico y triste final autodestructivo.

En cuanto a su más famosa tesis sobre el origen animal de la religión, podríamos hablar largo y tendido. Baste decir que, como él mismo confiesa en “Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la Religión”, la idea se le ocurrió un día de paseo en que se encontró con un perro gigantesco ante el que, naturalmente, sintió temor. Pero al considerar para sí mismo que él era un ser superior, pasó prudentemente por la orilla opuesta en actitud indiferente. Tras alcanzar una distancia, se volvió para ver qué hacía el perro y, ¡oh, sorpresa!, el perro hizo exactamente lo mismo. En aquel instante, sus miradas se encontraron y Bueno tuvo una especie de revelación, iluminación o intuición. Comprendió que si él hubiera sido un hombre religioso habría reconocido al perro como un ser superior, un “númen”, un “animal divino”.

Es decir, los animales, por ellos, desde ellos, con ellos y en ellos, son la fuente de toda numinosidad o religiosidad. El origen de la religión es la religación del hombre a la animalidad, que se irá desplegando históricamente en tres estadios: religiones primarias, secundarias y terciarias. Muestra así Bueno su raíz en el positivismo ateo de Compte. Una clasificación coherente con su sistema, pero que de ninguna manera es seguida por la comunidad científica que estudia la fenomenología y la historia de las religiones.

La teoría del origen animal de la religión es, cuando menos, absolutamente gratuita. Yo no la llamaría una “Idea”, sino una ocurrencia. En “El animal divino” dice en las páginas 154s que hay que optar y él opta por el materialismo: “No somos agnósticos, no dudamos sobre la existencia de los dioses espirituales; somos dogmáticos en este punto… y partimos de la hipótesis de que estos dioses (y, por supuesto, el Dios monoteísta) no existen en la realidad”. Es lo coherente con el Materialismo de Bueno.

Pero es que esa supuesta “religión natural” o primaria es sólo “opción”. Que ese sea el origen de la religión es una simple ocurrencia. Es cierto una cosa: sobre cómo empezó la religión históricamente cada cual puede decir lo que quiera, porque ni lo sabemos ni seguramente podremos saberlo nunca. A lo sumo, conjeturarlo. Pero lo que yo sostengo es que la teoría de Bueno no es siquiera una “conjetura”, porque siguiendo el Tractatus de Wittgenstein (del que tanto nos hablaba en clase) no es empíricamente verificable, y siguiendo a Popper (al que tanto denostaba <y copiaba>) no es tampoco empíricamente refutable o “falsable”. Por tanto, la tesis básica de “El animal divino” es simplemente una tesis “sin sentido”.

La religión brota –dice- de la animalidad constitutiva del hombre, de la “religación” del hombre a los animales. No a todos. No todos los animales son divinos, sino sólo algunos como, por ejemplo, el reno, el oso o el gato, que siempre fue divino. La Teología es así, en realidad, Etología. Por eso, dice, el ateísmo no procede de la impiedad moderna, sino des desprecio por los animales.

Para concluir diré que la filosofía de Gustavo Bueno se nos muestra curiosamente como una filosofía platónica que construye la realidad por medio de una “geometría de la Ideas” y, por tanto, como un epígono del Idealismo tan denostado por él. Todo lo real es material; la Idea de Materia es la clave interpretativa de toda posible realidad y el criterio último y absoluto de la verdad.

Su filosofía es una abstracción, un constructo geométrico, un idealismo invertido. Decir que todo lo real es material y fuera de la materia no hay nada, es un postulado, un supuesto absoluto, una opción tomada como principio dogmático desde el que se anatematiza al otro, al “adversario”, aun a costa de la verdad. Porque tergiversa los sistemas filosóficos utilizando lo que yo llamo el “método maniqueo”, que introduce elementos aparentemente inocuos para poder así caricaturizar y ridiculizar al adversario.

Es curiosísimo comprobar como en los Ensayos materialista Bueno ejemplifica y reduce toda la filosofía que combate a Berkeley y Malebranche, presentándolos como los representantes prístinos de un delirante sistema idealista metafísico cristiano. Esa manipulación artificial me produjo siempre una especial irritación intelectual.

Hay modos de hacer filosofía, ya ensayados en la larga historia de la filosofía, que, situándose combativamente contra el otro como adversario a triturar, no alcanzan su objetivo, porque combaten contra sí mismos y culminan en un melancólico y triste final autodestructivo.

En cuanto a su más famosa tesis sobre el origen animal de la religión, podríamos hablar largo y tendido. Baste decir que, como él mismo confiesa en “Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la Religión”, la idea se le ocurrió un día de paseo en que se encontró con un perro gigantesco ante el que, naturalmente, sintió temor. Pero al considerar para sí mismo que él era un ser superior, pasó prudentemente por la orilla opuesta en actitud indiferente. Tras alcanzar una distancia, se volvió para ver qué hacía el perro y, ¡oh, sorpresa!, el perro hizo exactamente lo mismo. En aquel instante, sus miradas se encontraron y Bueno tuvo una especie de revelación, iluminación o intuición. Comprendió que si él hubiera sido un hombre religioso habría reconocido al perro como un ser superior, un “númen”, un “animal divino”.

Es decir, los animales, por ellos, desde ellos, con ellos y en ellos, son la fuente de toda numinosidad o religiosidad. El origen de la religión es la religación del hombre a la animalidad, que se irá desplegando históricamente en tres estadios: religiones primarias, secundarias y terciarias. Muestra así Bueno su raíz en el positivismo ateo de Compte. Una clasificación coherente con su sistema, pero que de ninguna manera es seguida por la comunidad científica que estudia la fenomenología y la historia de las religiones.

La teoría del origen animal de la religión es, cuando menos, absolutamente gratuita. Yo no la llamaría una “Idea”, sino una ocurrencia. En “El animal divino” dice en las páginas 154s que hay que optar y él opta por el materialismo: “No somos agnósticos, no dudamos sobre la existencia de los dioses espirituales; somos dogmáticos en este punto… y partimos de la hipótesis de que estos dioses (y, por supuesto, el Dios monoteísta) no existen en la realidad”. Es lo coherente con el Materialismo de Bueno.

Pero es que esa supuesta “religión natural” o primaria es sólo “opción”. Que ese sea el origen de la religión es una simple ocurrencia. Es cierto una cosa: sobre cómo empezó la religión históricamente cada cual puede decir lo que quiera, porque ni lo sabemos ni seguramente podremos saberlo nunca. A lo sumo, conjeturarlo. Pero lo que yo sostengo es que la teoría de Bueno no es siquiera una “conjetura”, porque siguiendo el Tractatus de Wittgenstein (del que tanto nos hablaba en clase) no es empíricamente verificable, y siguiendo a Popper (al que tanto denostaba <y copiaba>) no es tampoco empíricamente refutable o “falsable”. Por tanto, la tesis básica de “El animal divino” es simplemente una tesis “sin sentido”.

Fernando Llenín Iglesias

lunes, 20 de junio de 2016

El Mesías de Dios
Lc 9,18-24




¿Por qué pregunta Jesús sobre su propia identidad? ¿Quién dice la gente que soy; quién decís vosotros que soy? La pregunta verdaderamente incisiva es la dirigida a los discípulos, a nosotros. Porque la esperanza de los discípulos en el Mesías no se correspondía con la verdad del Mesías Jesús. Había un abismo entre lo que los discípulos pensaban, creían y esperaban y lo que verdaderamente era Jesús.

Los discípulos se habían hecho una imagen del Mesías muy alejada del verdadero Mesías. El Mesías que ellos esperaban era uno a su medida, según sus expectativas, sus ideas, su ideología, sus expectativas y hasta sus ambiciones. Todavía no eran verdaderos discípulos de Jesús.

Jesús está con ellos, pero ellos no están con Jesús. Y eso Jesús lo sabe. Los conoce bien y los comprende. ¡Qué difícil va a ser para Jesús enseñarles! Se lo dirá abiertamente, pero no lo aceptarán ni lo creerán. Para lograr que los discípulos conozcan íntimamente a Jesús, sean verdaderamente discípulos suyos y quieran verdaderamente seguirle, será necesario que él les preceda, que vaya por delante, que sean testigos de sus sufrimientos, del rechazo por parte de todos, de su muerte y hasta de su cobarde traición, su abandono y su negación.

Pedro negará tres veces ante una portera lo que hoy confiesa entusiasmado Pedro necesitará las lágrimas de su conversión para poder confesar la fe verdadera en el verdadero Mesías Jesús. Pedro, y con él los demás discípulos, confesaron la fe en Jesucristo, pero esa confesión era tan deficiente como su fe. Quieren seguirle por el camino del triunfo, por el camino ideológico, por el camino del poder para cambiar el mundo a su medida e instaurar un reino de justicia mundana. No le siguen por el vía crucis, por el camino del amor crucificado.

La cruz es el amor hasta el extremo, el amor infinito de Dios. Pero este “misterio”, esta presencia oculta de Dios en el mundo del hombre, no puede ser alcanzado por la pequeñez del corazón del hombre ni la limitación de su inteligencia o la escasez de sus esperanzas. Por eso, Jesús les prohíbe proclamar su medianía. No era sólo una cuestión de tiempo. Era, sobre todo, que Jesús no quería propalar el error de un falso mesianismo demasiado mundano, demasiado a la medida de aquellos hombres que buscaban la realización de sus esperanzas terrenas, bajo la forma de una ideología político-religiosa.

En el fondo, todas las ideologías mesiánicas son “religiosas” y se erigen en absolutos que se imponen o tratan de imponer a todos. Los autoritarismos totalitarios son, en realidad, una pseudoreligión y, como sucedáneos que son, alimentan las pasiones y exaltan los sentimientos. Una catástrofe para los pueblos y causa de enormes sufrimientos y frustraciones.

El verdadero seguimiento de Jesucristo, la verdadera religión, consiste en su imitación: negarse a sí mismo y cargar la cruz. La cruz de cada día es el camino de la vida verdadera. Renunciar a sí mismo, no buscar el propio interés, es la forma concreta como seguimos al Señor Jesús en su camino de vida nueva. No es el amor a sí mismo, el amor propio, sino el amor que viene de Dios y se entrega al prójimo lo que conduce al Reino de Dios.

Fernando Llenín Iglesias, ofs.

Párroco de San Francisco de Asís de Oviedo

domingo, 12 de junio de 2016

LA PECADORA

LA PECADORA
Lc 7, 36-8,3



Fue durante un banquete.  Un respetable maestro fariseo, Simón, invitó a Jesús y en esto, de repente, entró una mujer, con un frasco de alabastro lleno de perfume y, llorando, ungió sus pies llena de amor. Simón, el fariseo, juzgó a Jesús interiormente, dudando de él como verdadero profeta enviado de Dios. Pero Jesús enseña al maestro a discernir no según las apariencias, sino según el corazón; a fijarse no en un pasado que condena, sino en un presente que ama y libera para un futuro nuevo. La mujer entró en la sala del banquete pecadora y salió sanada.

Todo tiene sus más y sus menos. Simón parecía más respetable que la mujer, más docto que Jesús, más generoso que nadie. Pero la mujer pecadora le ganó en amor, amó más y recibió mayor perdón. Esa lección no la sabía Simón. Jesús se la enseñó.

Menos es, muchas veces, más. Como aquellos judíos que se creían perfectos observantes de la Ley frente a los pobres cristianos convertidos del paganismo, considerados como impuros pecadores, con los que uno no se digna ni comer. Unos creen que han pecado poco, pero los otros han amado mucho al Señor.

Una mujer irrumpe emocionada en la sala del banquete y se coloca a los pies de Jesús, llorando a mares, besando aquellos benditos pies y ungiéndolos con el preciado perfume. Fue algo insólito tanto por lo delicado del gesto como por lo raro de ungir los pies. Es una acción exquisita y preciosa que asombra a todos y escandaliza a los más circunspectos. Lo que hace esa mujer con Jesús expresa demasiada intimidad y exceso de amor. ¡Jesús se deja “tocar” por “esa” mujer que todos conocían: una pecadora! Sólo él ha comprendido en esas lágrimas y en ese exceso, el verdadero significado oculto de un acto que a todos parece escandaloso e inapropiado.

Probablemente, Simón se arrepintió en aquel momento de haber invitado a Jesús: “ese” no es un verdadero profeta. El fariseo cree saber que Jesús no sabe quién es “esa” que le toca. Jesús enseñaa al “maestro” Simón la verdadera sabiduría. “¡Simón, tengo algo que decirte!” Cuántas veces, y de cuántas maneras, el Señor se dirige a nosotros, los que nos creemos sabios y entendidos y mejores que otros, palabras semejantes: “tengo algo que decirte…” Todo llevamos un “Simón” dentro…

Jesús narra una parábola. Hay algo muy frecuente: las deudas. Pero en esa parábola hay algo muy poco frecuente, que no sucede nunca o casi nunca: el perdón total de una deuda. ¿Alguien conoce un banco que cancele totalmente un préstamo? Pues sí, hay uno que perdona totalmente las deudas, sean grandes o pequeñas: Dios, que perdona totalmente  nuestros pecados, nuestras deudas. El amor es siempre mayor que nuestro pecado.

Esa mujer, esa pecadora, ha recibido un gran perdón; ha experimentado un gran amor. Por eso, muestra tanto amor, tan desmesurado, tan aparentemente inconveniente. Ese amor no tiene precio, ese amor vivido es tan grande que sólo por él es posible ser una persona nueva.

Simón había dudado de Jesús y despreciado a la mujer, porque no tenía amor o tenía demasiado poco amor. A pesar de las apariencias, el impecable fariseo ama menos y, en cambio, la que tiene muchos pecados ha encontrado en Jesús la gracia de un perdón y un amor tan deseado y tan buscado que su felicidad se desborda en delicadeza. Las apariencias engañan. Ella parecía menos digna, pero tiene más amor. Simón parecía saber más, pero le faltaba corazón.


Jesús no sólo tuvo discípulos, sino también discípulas, algo extravagante en la sociedad y la cultura religiosa de su tiempo. Hay algo que distingue especialmente a las mujeres: amar y servir. 

lunes, 6 de junio de 2016

   

                                                             EL JOVEN DE NAIN
Lc 7, 11-17



La muerte es siempre trágica, pero en este caso lo es mucho más. El muerto es joven, es además hijo único, y además su madre es viuda. El dolor y la tragedia de esa mujer son indescriptibles. Toda su vida presente y su futuro quedarán sepultados con su hijo único. Como dice Lamentaciones 1,12: “Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como mi dolor”. No hay duelo como el duelo por el hijo único. Ante este cuadro, Jesús siente una compasión inmensa. Dos cortejos se encuentran: el de la vida que sigue a Jesús y el de la muerte que rodea a la pobre madre viuda.  Jesús camina hacia Jerusalén, hacia su muerte y se encuentra con un pueblo que lleva la muerte en su camino.

Todo comienza por la mirada de Jesús, que se dirige a la madre y no al hijo: “No llores”. Los sentimientos de Jesús comparten nuestros sufrimientos, se com-padece. La suya es una mirada conmovida hasta las entrañas, un sentimiento intenso que expresa la misericordia divina, su “rahamim”: comparte y siente el intenso sufrimiento maternal. El corazón de Jesús es materno. Pero además tiene el poder paternal consolador: “no llores” más. Él enjuga las lágrimas de nuestros ojos.  Consolar a los tristes, es una de las grandes obras de misericordia que Jesús practica rompiendo la barrera infranqueable de la muerte, la negrura del futuro, la tristeza de la vida.

La obra de misericordia “consolar a los tristes” nace del consuelo con el que Cristo nos consuela. El consuelo tiene su fuente en Dios, que da la vida a los muertos. Jesús toca nuestra muerte y la transforma en vida nueva.
En este milagro se anticipa la procesión de la madre dolorosa de Jesús que lleva a la sepultura el cuerpo crucificado de su hijo muerto en la flor de la vida. La Virgen María fue también la pobre viuda que enterró a su hijo único en medio de la desolación. Por eso, qué conmovedor resulta asistir a la procesión de la dolorosa que cada Semana Santa recorre las calles de nuestras ciudades.

Pero sobre todo es la palabra poderosa de Jesús, “¡levántate!”, la que le hace vivir de nuevo, revivir cuando bajaba a la fosa y cambia el luto en danza. ¡Levántate! ¡Despierta, tú que duermes y Cristo será tu luz! En este milagro se anticipa la resurrección de Cristo y nuestra resurrección futura con él. Pero, sobre todo, se expresa, la vida nueva del cristiano que vive ya desde ahora unido a Jesucristo resucitado.

El consuelo que recibe la madre es la vida del hijo. Así es el consuelo de la Iglesia por la vida nueva de sus hijos, como la de una madre desconsolada y afligida que ve, al fin, cómo el poder de la palabra de Cristo reaviva a sus hijos con una vida nueva. El joven se “reincorpora y se pone a hablar”. La palabra es el distintivo del hombre y nos devuelve a la comunidad cuando habíamos roto los lazos con ella.  El Señor se compadece de nosotros y nos da una vida nueva en su Iglesia.

La Iglesia es ese pueblo que acompaña a esa madre viuda dolorosa en la procesión fúnebre que llora la muerte de sus hijos, su muerte espiritual y moral tanto o más que su muerte física. Por eso, prorrumpe en un canto de alabanza cuando es testigo de su resurrección, de su vuelta a la vida de la gracia. 

domingo, 1 de mayo de 2016



EL CONCILIO DE JERUSALÉN






La Iglesia es, en el buen sentido de la palabra, liberal. Ya en los albores de la cristiandad, aquella pequeña comunidad primitiva que comenzaba a expandirse por el imperio romano tuvo que confrontarse con una tensión interna entre quienes concebían a la Iglesia como una especie de secta judía mesiánica y quienes habían comprendido la apertura de la salvación a todas las naciones.

No, la Iglesia no es un movimiento sectario, sino una comunidad abierta; la Iglesia está animada por el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesucristo, el Espíritu divino creador, y, por tanto, es siempre católica y universal. El Espíritu Santo es libertad y creación.

No sé porqué extraña razón el ser humano posee una tendencia a encerrarse en una falsa seguridad que cree encontrar en la estricta observancia de unas normas férreamente establecidas. Pero el cristianismo no es precisamente un moralismo leguleyo aferrado a preceptos que cierran la entrada a los demás o los aplastan bajo el peso cargas insoportables.  Aunque tampoco la Iglesia es la casa de Tócame Roque, sino que precisa de una coherencia y una cohesión que no se compadece con la anarquía, pero su principio constitutivo, desde su mismo origen, es precisamente la libertad de los hijos de Dios.

Por eso, a los cristianos nos extraña esa especie de fariseísmo laico que quiere prohibir, excluir y descartar condenando al ostracismo público a la acción y manifestación de lo cristiano o lo simplemente religioso en la sociedad. Y encima lo quieren hacer en nombre de una pretendida libertad que paradójicamente se muestra cerrada y cínicamente sectaria.

Para ser libres nos liberó el Señor. Lo que viene de Dios nos da paz y alegría. No la paz y la alegría mundanas, que son falsas, sino la que el Señor nos ha enseñado a practicar y a vivir con nosotros mismos y con todos los hombres.
 


Fernando Llenín Iglesias

sábado, 16 de abril de 2016

LA ÚLTIMA CONVERSACIÓN ENTRE JESÚS Y LOS JUDÍOS

Jn 10, 27-30

La fiesta judía de la Dedicación celebra la independencia de Israel de la dominación siria tras la guerra de los macabeos contra Antíoco IV Epífanes (dios-manifiesto), en el año 164 a.C. Se purificó entonces el templo profanado por los cultos gentiles. Judas Macabeo derribó el viejo altar contaminado y edificó uno nuevo con piedras no labradas. 

La fiesta duraba ocho días.  Un gran resplandor de luz bañaba los atrios del templo, y todas las moradas privadas estaban iluminadas con lámparas decorativas. La noche de Jerusalén quedaba envuelta en la luz y el fuego de muchas antorchas encendidas. Además de encender las lámparas, se entonaban canciones de alabanza a Dios, el Libertador de Israel. Dice Flavio Josefo:  “creo que se le da este nombre porque en forma inesperada lució para nosotros la libertad”. (Antigüedades Judías, libro XII, cap. VII, sec. 7.)

La fiesta de la Dedicación celebra la santidad del Templo. La santidad del Templo venía de la presencia de Dios en él. Por eso se consagraba y se separaba el altar para Dios. Jesús viene al Templo precisamente esos días para señalar una presencia más intensa de Dios en el mundo, una presencia que habita en él mismo, en el nuevo Templo que es su cuerpo. Era el último invierno de su ministerio.  Jesús está en el Templo, en la “casa de su Padre”. Estaba paseando por la “columnata de Salomón”, una hermosa galería al aire libre, en el lado oriental de la gran explanada del atrio exterior de los gentiles y guarnecida contra el viento por una muralla.  Un lugar donde se reunía mucha gente para escuchar la enseñanza de la Toráh.

Algunos judíos vinieron a Él. Son enemigos que hacen corro a su alrededor, acosándolo. Le presionan para provocarlo a que diga una palabra que sirva de excusa para condenarlo: “¿Eres tú el Mesías?” 

Los que no son “ovejas suyas” no escuchan su voz, no creen y no entienden (si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón). Aquellos paganos helenistas no eran “ovejas” de Israel; pero tampoco lo son los judíos que no “escuchan la voz” del Señor ni siguen sus caminos. No es que Jesús los rechace y no quiera ser su Pastor, sino que ellos no quieren ser de sus ovejas.

La imagen de las ovejas hace referencia al Pastor. En la Biblia es una de las imágenes utilizadas para designar al pueblo de Dios y también al Mesías esperado, “buen Pastor”. Sus ovejas “escuchan su voz”. Para oír a Jesús hay que ser “de Dios”, “de la verdad”. Este rebaño representa la comunidad entera de Jesucristo.

Escuchar el Evangelio de Jesús y seguirle son las dos acciones iniciales del verdadero “rebaño” que Cristo guía.  

Creer en Jesucristo implica caminar siguiendo sus huellas, actuando como él  y con total confianza en él.

Sus ovejas se las “ha dado el Padre” porque la adhesión a Jesús es fruto de la atracción divina y de la escucha humana. Dios no discrimina a nadie y “atrae a todos hacia Cristo”, pero no todos “escuchan su voz”. Quienes escuchan su voz, quienes creen en él, quienes son sus ovejas, tienen ya desde ahora la vida eterna y nadie los arrebatará de su mano y se llenarán de alegría, el gozo del Espíritu de Cristo. La mano es una metáfora del poder protector de Dios. Dios protege la Iglesia, el rebaño que Jesús guía como su Pastor.

Entre Cristo y sus “ovejas” hay una relación íntima, un “conocimiento” personal y afectivo que hace que tengan una misma “vida eterna” y sean “uno” como El Padre y el Hijo: “Yo y el Padre somos uno”. Hay una digamos “circularidad” entre la unidad trinitaria del Padre y el Hijo, y la unión con el Hijo y, por él, con el Padre de los cristianos.
Para nosotros, el templo de Jerusalén dejó de ser el lugar de la presencia de Dios. Ahora, el Templo de Dios somos nosotros. Con Jesús llega la plenitud de los tiempos y Él, junto con nosotros sus discípulos, es el Templo de Dios. Quizá nos ayuda imaginar a Jesús diciendo a sus discípulos una frase que les llamaría mucho la atención: "vosotros sois la luz del mundo". La luz que ilumina a todos los hombres no sale de las estancias interiores del Templo de Jerusalén, sino de Jesucristo presente y vivo en sus discípulos.

Con demasiada frecuencia, los cristianos ponemos en peligro la limpieza de este templo, al permitir la idolatría y las prácticas paganas en nuestras vidas. Nosotros mismos hemos estado por años bajo la misma esclavitud del maligno, que nos llevo a profanar lo sagrado, aun sin darnos cuenta.

miércoles, 16 de marzo de 2016


                                 CELEBRACIONES SEMANA SANTA   2016


DOMINGO DE RAMOS ( 20 MARZO)

12:00          BENDICIÓN DE LOS RAMOS  (CAPILLA DOMINICAS )
                   PROCESIÓN Y SANTA MISA


MARTES SANTO ( 22 DE MARZO)

11:00 - MISA   CRISMAL  ( CATEDRAL) BENDICIÓN SANTOS ÓLEOS

JUEVES SANTO ( 24  MARZO)

12,00 -  CELEBRACIÓN PENITENCIAL COMUNITARIA
18,30 -  SANTO ROSARIO
19,00 -. MISA DE LA CENA DEL SEÑOR
20,15 - PROCESIÓN DE JESÚS CAUTIVO
23,00 -. HORA SANTA ANTE EL MONUMENTO


VIERNES SANTO (25 MARZO)

12,00 -  CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
18,00 - PROCESIÓN DEL SANTO ENTIERRO
20,00- SANTO ROSARIO
20,30 - SOLEMNE VIA CRUCIS



SÁBADO  SANTO ( 26 MARZO)

10,00 - PROCESIÓN DE LA SOLEDAD
21,00 -SOLEMNE VIGILIA PASCUAL
24,00 - VIGILIA PASCUAL NEOCATECUMENAL


DOMINGO DE RESURRECCIÓN ( 27 MARZO)

Horario normal de Misas
Hora :10,30
Hora :12,30
Hora :13,30,
Hora :19,30


lunes, 7 de marzo de 2016






La peregrinación es una experiencia importante en la vida religiosa. Ya en el antiguo Israel existían las llamadas Fiestas de Peregrinación, porque todos los judíos piadosos que podían acudían en peregrinación para celebrarlas en Jerusalén. En los Evangelios se dice repetidas veces que Jesús, desde su infancia y también durante su vida pública, peregrinaba a Jerusalén con su familia o con sus discípulos.

En la vida de la Iglesia, esta tradición peregrinante continuó de diversas maneras. Sobre todo, constituyó una forma especial de expresar la conversión y la penitencia peregrinando a lugares especialmente santos: Jerusalén, Roma y Santiago. Pero hay muchos otros lugares y santuarios por todo el mundo que conocen esa forma especial de piedad popular.

Ser peregrino es un signo de conversión y de fe; es como una parábola de la vida de un cristiano, porque somos peregrinos en tierra extranjera. Nuestra verdadera patria es el cielo, la tierra prometida que mana leche y miel; la tierra nueva y los cielos nuevos donde habita la justicia; la casa del Padre donde hay muchas estancias.

¡Cuántos santos, como san Francisco de Asís, han sido peregrinos! ¡Cuántos cristianos en nuestros días peregrinan a santuarios y experimentan el gozo de la llegada como un memorial de la vida nueva en Cristo!

Y en esa experiencia de la peregrinación es importante y un gran consuelo recibir la acogida y la hospitalidad de tantas personas buenas que expresan así la misericordia que albergan en su alma. También es una experiencia de gracia soportar con paciencia y perfecta alegría el rechazo de quienes, quizá precisamente por ser peregrinos, no quieren ni aceptan lo que la peregrinación significa.

Jesucristo experimentó en su vida tanto la acogida y la hospitalidad en Betania, en Sicar, en casa de Zaqueo o de Pedro o en el Cenáculo, como el rechazo en Belén, en  Gadara o en una aldea de samaritanos. Por eso, instruyó a sus discípulos sobre la peregrinación, el ministerio itinerante y la posibilidad del rechazo.

La acogida y la hospitalidad han formado siempre parte de la vida espiritual del pueblo Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Pero en el cristiano esa hospitalidad y acogida no se circunscribe sólo hacia los hermanos de fe, sino que se expande a todos los hombres.


En nuestros días, es explicable la desconfianza por la inseguridad que tantas personas viven. Pero la actitud fundamental de apertura al otro sin discriminaciones es propia de la forma de ser y de vivir cristiano. La Iglesia ha sido siempre un espacio abierto a todos. La Iglesia no es un grupo cerrado sobre sí, sectario o, como dice el papa Francisco, “autoreferencial”.  Las exclusiones, los sectarismos, las banderías, rechazos y discriminaciones han de estar lejos de nosotros. 

¡Cuántas obras de la Iglesia tienen con finalidad precisamente la acogida y la hospitalidad!  No sólo albergues de peregrinos, sino y sobre todo instituciones dedicadas a los transeúntes, personas sin hogar, refugiados, emigrantes, etc., las encontramos por todos los lugares donde la Iglesia está presente.

Hay una acogida física importante, pero también una hospitalidad espiritual propia de un corazón abierto como el corazón de Jesús. Dar posada al peregrino es una obra de misericordia que la tradición monástica nos ha enseñado a vivir, porque quien recibe a alguien en su casa recibe al mismo Cristo. Cristo quiere ser acogido en nuestra casa, en nuestro hogar, pero sobre todo en nuestro corazón: “Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). 




Dejémosle entrar y no hagamos como aquel poeta que daba largas:
“¡Cuántas veces el ángel me decía: 
«Alma, asómate ahora a la ventana, 
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana, 
«Mañana le abriremos», respondía, 
para lo mismo responder mañana!”


lunes, 15 de febrero de 2016

                                     
                                        DOMINGO  21 FEBRERO 2016

   Os invitamos a participar en el encuentro de jóvenes de este domingo

   Nos reunimos en el salón parroquial el domingo a las 20,00 h.

   El tema que vamos a tratar es :

  ¿ Son los Testigos de Jehová,, Los Mormones y los Masones  una secta ?

   Al finalizar tendremos un cambio de opiniones , donde cada uno de los participantes podrá exponer , dentro de una armonía , sus  opiniones , siempre moderadas por quien presenta el tema

   ! Os animamos a que vengáis !